Nunca seré, miembro o simpatizante del imperio romano ni de todo aquello que significa invasión y aplastamiento de las culturas tradicionales, de los derechos humanos; como ocurrió en las Américas cuando otro imperio, el de Castilla, se lanzó bajo el estandarte de la cristiana cruz, con la excusa de evangelizar a quien ya tenía sus creencias, esos amerindios pueblos, para aplastar, las autóctonas culturas , pisoteando lo que siempre debe estar vivo, los derechos de todo pueblo a mantener íntegro su acervo Vivo en mi imaginativo castro, defendiéndome de toda invasión, que hoy día no son pocas pero, lo que no pensaba es que en este año, milenios después de Cristo, como ya casi no existen fronteras, en este mundo global, es cuando invadiría a este imperialista mundo el bárbaro más sanguinario, el terrible coronavirus que, en salvaje horda se adueña de todo. El Nerón moderno, el que quiere acabar con todos. Si Cristo vino para cambiar aquel mundo sanguinario, insolidario y esclavo siendo Él la primera víctima para salvarnos, si con su presencia entramos en una era de amor; en estos momentos, tiempo en que nos pasaba como a los emperadores del Lacio, que creíamos que el orbe era nuestro, cuando nada tenemos, todo es un legado que hemos de cuidar para seguirlo dejando en usufructo a nuestras generaciones. Las superpotencias lanzan cohetes buscando invadir y colonizar nuevos cuerpos celestes, ahora surge ante nosotros el enemigo desconocido, ese Covid-19 que nos hace ver nuestra debilidad arrebatándonos lo que creíamos tener seguro, todos nuestros derechos vitales. El Atila del momento, el que cabalga en nuestro mismo ser, ataca. No es guerra de galaxias, es mortal lucha silenciosa, enemigo sin trincheras, agazapado en un ataque sin cuartel.
Sorprendidos quedamos todos y, un inocente niño, en una casita en el peruano altiplano esta conversación con su abuelo mantiene y lo siguiente le cuestiona:
– “Abuelito, dime, dicen que no podemos salir de casa, que hay un virus circulando y que ataca a todos y, en especial a los mayores como tú o a los que se hallan delicados de salud. ¿Cómo puede ocurrir esto si los gobernantes dicen que gozamos de tanto progreso? Aunque yo no entiendo que a que llaman progreso. Me parece que lo confunden”.
El anciano mesándose su barba le responde:
– “Este, hijo mío, es un ladrón, pero no un ladrón vulgar y, cuando tratamos con seres de esa calaña, es difícil combatirlos porque no dejan sus señas identidad ni rastro alguno, saben actuar y es que las pestes o pandemias, bonito, aparecen de acorde con los tiempos. Lo del progreso, muchas veces lleva para hacernos más egoístas y orgullosos. Avanzamos en lo que nos esclaviza, nos hace serviles y encadena nuestra propia libertad.”
El niño, mirando los ojos hundidos y apagados por los años que ya tiene el hombre mayor, vuelve a insistir:
– “¿Y qué pasará, abuelo, si ese se adueña del planeta?”
A lo que el hombre, con cara de circunstancias, contesta:
– “Nieto mío, no lo sabemos, estamos pasando por una situación crítica y nos puede quitar la vida o hacernos sus esclavos para siempre. Él, por lo pronto, nos ha secuestrado la sonrisa forzándonos a usar esta mascarilla que llevamos puesta, nos priva de toda relación social. Hace que guardemos distancia ante la presencia del otro. Nos confina en nuestra casa que se convierte en refugio y celda, según cada momento que vivamos, y es una bomba de relojera que dinamita nuestra economía haciendo que nuestro trabajo, ese puesto laboral que ya sufría de paro, entre en terrible crisis y recesión. Son tantas y tantas las consecuencias que es imprevisible lo que pasará”.
El pequeño, casi temblando y lleno de pánico, olvidando el estado de alarma en que vivimos, se acercó a dar un abrazo a su abuelo. Sabe que solamente 0en ese pecho, en ese corazón encontrará la salvación de todo lo que le rodea.
El anciano, se deja abrazar y corresponde, mientras se le saltan unas lágrimas que el chico no ve, pensando 0que, igual con ese abrazo de amor puede él perder la vida, pero sabe que a un niño, y más siendo nieto, no se le puede negar nada.
El virus en este caso respetó el gesto de cariño y ninguno de ellos se contaminó.
Sin soltar ni separarse del abuelo, pareciendo que sus dos corazones palpitaban en uno solo, el chico dijo:
– “¿Abuelito, sabes lo que pienso? Voy a estudiar mucho y, cuando sea mayor, seré médico y buscaré la vacuna para que sea el escudo protector que nos libere de este enemigo.”
El anciano, mostrando su regocijo y satisfacción, respondió:
– “Si, hijo, pero ahora tienes que cumplir las higiénicas normas y, cuando salgas a la calle ten precaución, el virus acecha. Esperemos que tú llegues ser doctor pero que, pronto algún investigador encuentre la solución. No podemos esperar a que tú finalices tu carrera, aunque ya sé que serás muy aplicado. No debemos vivir en esta situación de miedo ante este desalmado ladrón que nos deja sin nada y, lo peor, sin nuestra existencia.”
Cesaron de hablar y encendieron una vieja radio para saber del mundo y de las noticias de la pandemia y en la cadena en cuestión el presentador esto decía:
– “Señores radioyentes, tenemos buenas noticias. Apareció la vacuna y, en próximos días se podrá utilizar, pero no crean que la ha descubierto un grupo de científicos de las grandes potencias, de esas que invierten sus caudales en fabricar armas, no para matar al virus sino por intereses materiales, para eliminar a otros semejantes de la humanidad en guerras sin sentido.
Esta vacuna ha sido posible gracias a un científico al que llamaban loco , un emigrante que hacía pócimas en la soledad de la choza en la selva amazónica donde habitaba, un descendiente de antiguos esclavos , que fue acogido en el país más pobre del mundo , él ,que es tan mísero, que no tiene nombre pero, desde este momento , sí que le llamaremos el Nuevo Salvador porque, gracias a este hombre y a su país de adopción, ya podremos quitarnos estas mascarillas que nos tapan nuestras bocas y gritar con júbilo:
¡”Hemos vencido al bárbaro de los bárbaros”!
El abuelo y el nieto se asomaron al único ventanuco de su morada, a aquel ventanuco donde tantas tardes se habían asomado para aplaudir a los sanitarios y, aplaudiendo, el abuelo dijo:
“Ya vuelve la normalidad, ya podemos abrazarnos y besarnos, pero nunca olvidemos las muchas muertes que ha dejado a su paso este mal, por eso, líderes de las superpotencias dejen de fabricar aviones para bombardear y armas mortíferas para matar a las pobres vidas. Ayuden a la defensa de los derechos humanos, no siembren el mundo de pólvora y metralla y de fosas donde no solamente se entierran cuerpos humanos, sino también las libertades de los pueblos. Inviertan todo en el desarrollo de la vida, en defender la salud de las personas del mundo y no caigan en el vicio como les pasó a los que se creían dueños de su Mare Nostrum. Hagamos bienestar y no sembremos el mal, ya basta con el que, sin buscarlo, nos puede llegar.”
Volvió la que llaman la nueva normalidad y yo, rememorando las palabras sabias del abuelo, sigo en mi “palloza”, viendo el discurrir de los días muy feliz viviendo la mejor fiesta, la que me sume en la borrachera no alcohólica de la dicha, la que se disfruta sin ruido, sin bullicio ni alboroto, la que me ayuda, como a ese sabio que halló la vacuna, a concentrarme en mi mientras disfruto de lo más importante, una salud natural y la paz , las dos grandes cosas que ningún ladrón nos puede robar porque son de Dios y solamente al Creador le pertenecen . Y sobre todo que ningún humano tiránico virus contamine mi ser para quitarme el derecho a mi libertad y que yo, cual sicario, actuando como esta vil pandemia, se la prive a los demás
Que los hijos de mis hijos aprendan esta lección y solamente luchen por lo que tiene sentido, y no meterse en la cloaca de la degradación social que es el lugar donde pueden de nuevo despertar los virus más bárbaros, aquellos que muchas veces los gesta el que se cree el más poderoso y civilizado del mundo, el que busca tanto que se olvida de cuidar lo que siempre ha de tener a su lado, la felicidad de la salud, un derecho fundamental.
Y, tened en cuenta, no siempre da el que todo lo tiene, sino el que, sin medios ni recursos, pone al servicio su desinteresada labor para hacer a un mundo libre y nunca esclavo de sus caprichos. Aprendamos a cuidar nuestros derechos que son los de todos y el orbe estará inmune de los peores males.
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