MONTE DE LA TORRE

Al mendigo

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Busca la Navidad el mendigo que intenta vivir entre los cartones que embalaron productos consumistas para los que riegan sus vicios comprando caprichos. Le cubre al inope la fría manta de la miseria. Cuando le ven todos se apartan y alejan de él, no quieren contagiarse de la pobreza. No saben que la peor pobreza es la de carecer de sentimientos. Alarga la mano la mendicidad solicitando ayuda para levantarse del suelo. Los demás piensan que pide limosna y le tiran una moneda retirándose por el miedo a que les salpique la indigencia. Temen infectarse de lo que son culpables todos los que siembran en el mundo pobreza. Ellos creen estar indemnes por la vacuna suministrada, la del dinero.

Unos, tirando destructivas bombas; otros, dando la espalda a la realidad, discriminando. Solo posee el mendigo su negra sombra, que es pisoteada, y la propia vida que se ahoga en el estercolero de la inmundicia que arrojaron los otros.

Sus ojos no ven luz, por eso siempre intentar esperar la de la Navidad, la solidaria; aunque en muchos casos, por desgracia, se queda en meramente artificial. Parece su mirada hilos de acero o alfileres. Los que la ven huyen porque se les puede ensartar en sus pétreos corazones.

¡Difícil resultaría!

La boca del mendigo no quiere maldito dulce para hoy y hambre para muchos días, esa solamente desea masticar el pan que no es de caridad sino el que amasa él con su laborioso trabajo mientras, las de otros son albañales e imbornales por los que sale el lodo sucio de una sociedad insolidaria.

Navidad, quédate siempre y no vengas a visitarnos unos días; pues pasa, como con todos los que llegan de visita, se les recibe con lo mejor y la mendicidad la intentamos tapar, enterrar viva, pero resulta imposible y, por muchas luces que brillen, siempre, en un rincón oscuro, está el mendigo cual ascua o rescoldo de una hoguera donde ardieron los humanos valores incinerados por la deshumanización de un mundo donde la Navidad es solamente una invitada, y a su costa, acrecentamos más el derroche y el consumo, calentando nuestras barrigas, emborrachando nuestra vida para no pensar en esa verdad, la que desnuda y fría, cual copo de nieve, se derrite en la más absoluta indiferencia.

Dulce Navidad, no te vayas como unos días más del calendario. No eres un juguete que una vez usado esos días, cual tarjeta con buenos deseos, vas a parar al trastero del olvido hasta que, como el árbol navideño, por estas fechas te saquemos diciendo: “Feliz Navidad!”

Vuelan como hojas otoñales esas buenas palabras y el mendigo sigue aguardando, la verdadera Navidad, la que dure doce meses y no unos días para algunos, que para él ni siquiera existe una Nochebuena.

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