Alijo de sexo frustrado

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Era una noche placentera de mayo, de esas que invitan a bajo la Luna, sin nubes de problemas, vivir instantes bellos. Ni el viento se movía, pues todo estaba silente. Dentro de aquel viejo coche la chica y yo, en un aparcamiento solitario y alejado en aquella playa hermosa de las muchas que baña el Mediterráneo. Una cala donde los mismos sueños quedan placenteramente anclados. Ingente cantidad de luces, en el cielo y en la costa, parecían competir con un solitario faro que, desde su peana orográfica, emitía sugerentes guiños o, aquellas otras, las de los barcos que, anclados sobre el mar sin miedo a las olas que los mecen. En la arena dorada se rompen las flores albas que levanta el viento que en este caso, como es tan suave, ni se perciben, pues es un sosegado céfiro de embeleso.

Dentro del coche, allí solamente están encendidas las mejores luces, las de la atracción que ejercen nuestros cuerpos. Los corazones palpitan tan fuerte que , las mismas estrellas del cielo piensan que son dos incandescentes astros que , en ese instante, solamente piensan en que su mundo son ellos.

Abrazados, como dos barcos que con sus maromas se amarran al puerto del amor, sin pensar en que mañana hay que volver a navegar en el mar de la realidad, porque, lo que cuenta, es que ahora estamos anclados en la mejor bahía, la del deseo .

En tan paradisíaco instante, surge lo improvisto. Tanto ella como yo éramos conscientes de que al ser zona fronteriza podía darse algún desembarco de contrabando, pero a nosotros, como no teníamos miedo, pues no éramos traficantes de ninguna substancia insana, seguíamos a lo nuestro.

En el momento que iba a estallar festivos cohetes vemos que una luz nos enfoca. No era una estrella que se desplomaba, ni uno de aquellos barcos que saliera del mar. ¡Nada de eso! Era la luz de una linterna y oímos la voz de un guardia, un miembro de la Benemérita que decía:

¡” Perdonen”!

No le dijimos que perdonado estaba, pero aquella noche, al creer que evitaba con su intervención algún alijo de heroína u otro estupefaciente, aquella pareja de la Benemérita impidió que se produjera un embarazo y meses después una criatura desembarcara a este mundo; pues quedamos tan impresionados que , encendimos el coche y nos marchamos a nuestras respectivas casas casi sin decir palabra, solamente un beso y un prometernos nunca más vernos por la noche en ninguna playa.

Amigo lector, en las costas arenosas no solamente hay contrabando de estupefacientes, existe el más bonito y grandioso alijo, el de la carnal relación entre parejas que muchas veces, como en el caso de esta historia por una interrupción no llega a llevarse a término; quizá si los protagonistas no fueran en coche no llamarían tanto la atención. Mejor hubiera sido tenderse junto a una duna y viendo la Luna esperar un nuevo amanecer. Así no serán sospechosos de traficar, aunque en verdad puede ser que uno de los dos fuera traficante de amor ilegal.

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