Monte de la Torre

Chiringuito de verano

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Mucha música, (rumbera, flamenca, romántica
o de cualquier tipo), a la alegría invita;
canciones de ayer y de hoy que pocos escuchan
pero alguna nota siempre evoca
recuerdos de otros veranos de aquella mi juventud loca
pero, lo que cuenta es que haya en el chiringuito
un melómano melodioso o estridente hilo
que ayude a coser cualquier descosido
aunque sea con un simple amistoso zurcido.

En la blanda arena cuerpos tumbados recibiendo
las caricias del que es del chiringuito dueño,
el verdadero y grandioso señor
que se llama Sol,
la máxima y única estrella del verano.
Sin él, no tendríamos esté a nuestro lado.

Unos niños lanzando al aire sus cometas de ilusiones,
sus gritos y risas en todas direcciones
porque ya no hay clases en el cole
ni exámenes, ni notas que les pongan nerviosos y saquen los colores.
Otros pequeños, con los pies en el suelo,
y arrodillados sin siquiera mirar a los cielos,
con pala y cubo intentan construir su castillo de arena.
que la ola perversa aguarda y espera
para, con su líquida lengua, asalta esas torres que se lleva.

Velas en el mar,
salpicón de arena y agua de sal.
Encuentros gratos,
saludos, abrazos…

La mirada camuflada tras las gafas de sol,
sin moverse, desde la duna del calor,
no cesa de recorrer la playa deteniéndose a contemplar
los cuerpos diez que desfilan por esa dorada pasarela
o, en el marino horizonte atisbar un barco que se aleja
y parece que se hunde en el piélago
o se va, cual globo, camino de los cielos.
Luego, cansada, busca relajarse en las letras
de un libro o un periódico siempre a mano y a la espera
de ser abierto para leer relatos, versos
o las noticias que, día a día, van cayendo

La caracola de las orejas,
cual singular copo, pescando las muchas voces que le llegan
de los veraneantes que gozan
de esos baños de dicha toda.

Las gaviotas sobrevuelan la playa
buscando algún resto de bocadillo, picotean la arena alba
y luego, al no encontrar nada, enfadadas chillan
emprendiendo nuevamente vuelo de reconocimiento como si al vigía,
a ese socorrista, competencia le quisieran hacer
en la labor de atención y salvamento que es su deber.

Arriba, dominando el cielo, el dueño del chiringuito del verano,
cual grandioso señor y amo
y su corona de fuego parece dorado abanico
pero, muy diferente y distinto
al que tiene en sus manos la señora que, bajo la sombrilla,
busca con el suyo generar fresco aire a su vida.

Es hora de comer, la mesa del chiringuito
elegida por nosotros cambia a un nuevo mantel muy lindo
junto con servilletas de papel.

Los camareros son de ambos sexos y muy bien saben
atendernos, pues son esa playa y ese mar,
que ofrecen en su carta su sonrisa de sal.

De beber un fresquito tinto de verano
o unas cañas de la cerveza que tomamos todo el año
pero, ahora sabe a gloria bendita
acompañada de unas aceitunas y banderillas.

Entremeses: palabras picantes y amigables,
risas, un inmejorable rollo que a los presentes hace saber
que vivimos en verano
y, por supuesto, los problemas se dan por terminado.

Primer plato: Una tortilla
de esas que saben divinas
o una paella
de las que máximo placer supone dar cuenta de ella.

Segundo plato: por supuesto, ni hay que siquiera pedirlo,
raciones, o una gran fuente de surtido de pescaito frito
pues, en el mar hay que comer del mar;
sería una ofensa a ese despreciar.

Las botellas de blanco y tinto se van vaciando
y otras bien frías toman su puesto en el mantel blanco
que ya tiene restos de vino, pan y alimento todo
y, la voz se va elevando al calentarse el tono

Los postres, copa de helado,
tartas de la abuela o de cualquier lado.

Café con hielo y chupito y, como es verano,
para que siempre allí volvamos
nos dice el camarero/a que a una ronda
invita el chiringuito porque no es cosa
de que nos vayamos sin esa merecida distinción
unos clientes que no somos del montón.

Después llega la cuenta, algunos dicen que a escote
y yo, derramando caballerosidad, digo: “Amigotes,
esta comida es mía, es verano y hay de peso razones
para invitaros a vosotros
y a cualquier otro.”

Pago y llegan las vueltas,
unas monedas de propina quedan
y quien nos atendió, las gracias nos da
y deseos de buen día, viéndonos a la siesta marchar
Cuando despertamos de la misma,
se acabó el verano y ahora, en la silla
de nuestro trabajo, soñamos volver otra vez
al chiringuito que considerado debe ser
bien y patrimonio de nuestros humanos veranos
por eso, siempre quiero gozar de estar sentado a su lado.
.

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