Cuento de Navidad

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Nos encontramos en unas fechas y en unos años en los que muy cerca de nosotros se encuentra gente que no tiene para comer, que no pueden comprarles un juguete a sus hijos. Más del 20% de los andaluces están por debajo del umbral de la pobreza. Más del 25% de los niños andaluces no pueden hacer las tres comidas diarias.
Ahora nos hablan de la “pobreza energética”. Es un término inventado que lo único que hace es esconder la auténtica pobreza. No existe la pobreza energética, existe la pobreza.

¿Y nosotros qué hacemos? Lo único que hacemos es intentar lavar nuestras conciencias con una donación y ya con eso nos quedamos descansados y tranquilos con nuestras conciencias. Nos decimos a nosotros mismos que hemos cumplido.

Había una vez una mujer muy devota y llena de amor hacia Dios. Solía ir a la Iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía.

Llegó un día, en el que tras haber recorrido el camino que acostumbraba, llegó a la Iglesia justo en el preciso momento en que iba a comenzar el culto.

Empujó la puerta de entrada, pero esta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con bastante más fuerza, y pudo comprobar que la puerta no se abría por que se encontraba cerrada con llave.

Totalmente afligida y apesadumbrada por no haber podido asistir al culto por vez primera en muchísimos años, y no sabiendo que hacer, miró hacia arriba, hacia la zona alta de la puerta en la que nunca se había fijado.

Y justamente allí, frente a sus propios ojos, se encontró una nota clavada a la puerta con una chincheta.

La nota decía lo siguiente: HOLA, SOY DIOS, NO ESTOY EN LA IGLESIA, ESTOY EN LA CALLE.

La moraleja es que muchas veces (la mayoría), cerramos los ojos a lo que realmente está ocurriendo a nuestro alrededor. Obsesionados con nuestros preceptos con la Iglesia, olvidamos que la verdadera Iglesia está en la calle, en esos niños que lo pasan mal y en esos mendigos que nos molestan.

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