El Ministerio de la Soledad

>
 

Habrá quien se sorprenda y considere una frivolidad o una bagatela la reciente noticia sobre la creación de un “Ministerio de la Soledad” en el Reino Unido por parte de la primera ministra Theresa May, pero la realidad social nos desvela el averno particular al que se enfrentan a diario muchas personas mayores. La soledad ha demostrado ser un serio problema de estado, la epidemia silenciosa del siglo XXI. Sólo en Inglaterra el 75% de los ancianos viven solos y se calcula que al menos 200.000 pasan como media un mes sin mantener ninguna conversación con un amigo o familiar y sin ningún tipo de interacción social. Y es que como argumentaba la propia ministra británica: “La soledad es la triste realidad de la vida moderna”.

Las cuestiones relacionadas con la ociosidad, el desempleo crónico, la pobreza, la exclusión social, la soledad o el medio ambiente motivarán la creación de futuras secretarías y ministerios. El precio que ha de pagar una sociedad avanzada tecnológicamente es la soledad final a la que todos estamos abocados. Los hijos del siglo XXI viven en una sociedad extrema y deshumanizada, ignorantes del valor de cada día, refugiados en una supervivencia parida por un materialismo impuesto. La falta de civismo, educación y principios, unido a la crisis de la familia conlleva un desprecio generalizado a la figura y experiencia atesorada por las personas más veteranas. La soledad que afecta a nuestros mayores no sólo viene motivada por la tristeza, la depresión o la infelicidad, sino que sobre todo nace del aislamiento social y la falta de respeto, empatía o cariño. Mientras el olvido causa bajas en las filas de los más necesitados, se extiende como una mancha de aceite entre los más jóvenes un aterrador aburrimiento, un pavoroso hastío que evoca el viejo tedium vitae del que ya nos hablaba Séneca.

Si la soledad en la juventud es esa amante inoportuna de gélidas manos que acompaña la inspiración y la rotunda libertad en los cruces de caminos del destino, al final del sendero muestra una faz siniestra, pintada con un matiz oscuro de melancolía abismal. Se calcula que la soledad mata más que las guerras, los accidentes de tráfico o las grandes enfermedades mortales. En las sociedades industrializadas la población anciana aumenta por año, con lo que la brecha del aislamiento social será cada vez mayor.

Ya a comienzos del siglo XX Ortega y Gasset advertía sobre el implacable avance de la “degeneración de los corazones” que se cernía sobre nuestra materialista y consumista sociedad, más preocupada de las apariencias y la imagen cosmética que de la felicidad de nuestros semejantes. Nuestro país tampoco se salvará del zarpazo de este tedio que se ceba sobre los mayores y las personas con dificultades económicas o sociales. Este spleen baudeleriano, esa soledad errante que vistió de poesía Pablo Neruda, seguirá matando por sofocación con el arma del olvido, con los recuerdos que ahogan el alma, con ese teléfono que nunca suena.

Nuestro estado se enfrenta a un reto titánico, y deberá afrontar este problema social y de salud con más y mejores servicios para intentar mejorar la calidad de vida de los castigados con las cadenas de la soledad. Mientras tanto, serán muchos los que sigan durmiendo al raso del abandono, marcados por besos al viento y soliloquios, errantes en estaciones de madrugada de encapotados cielos y eternas noches. Resulta complicado compartir cama con la soledad, con todo un universo de recuerdos pintado de adioses y regido por ese reloj envuelto en algodón que es el silencio; sin el calor de una mano amiga, sin esa voz deseada que te recuerde que aún estas vivo.

“La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar”.

Friedrich Nietzsche

Noticias de la Villa y su empresa editora Publimarkplus, S.L., no se hacen responsables de las opiniones realizadas por sus colaboradores, ni tiene porqué compartirlas necesariamente.

Noticias relacionadas

 
15 abril 2024 | Patricio González García
Máxima gravedad
 
15 abril 2024 | Darío Iglesias Muñoz
En este valle de lágrimas