El penúltimo

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Julio C. Pacheco | Vecino de Los Barrios

El otro día me dijo un buen amigo Luis que ya me prodigo poco escribiendo. Y la verdad es que ando prefiriendo ser más promiscuo en todo, y en todos mis limitados aspectos vitales. Sin pagamentos `limpianalgarios´ de deudas por favores -y encima- sin haberlos recibido. Para tener un espíritu de francotirador mal pagado se me han pasado los años. Ni de vengador de traiciones imperdonables, me apetece ahora hacer mejor otras cosas. Fundamentalmente: lo que me dé la gana.

Si quieres una historia, amigo Luis, me quedé en esta última Semana Santa. Santa ésta para los Cristianos, Católicos y Apostólicos, en la última que siempre recordaré y que titularía <>.

Volvía por mi sur y me quedé mirando unas pequeñas escaleras de piedra. Hará ya más de veintantos años que yo siempre andaba fijándome donde no suele mirar el resto de la gente. Observé -y no hace precisamente tres días- en esas mismas escaleras a un señor mayor que estaba sentado en ellas. Sexagenario, de pelo blando, de tez castigada por el sol, ancho bigote blanco, enjuto, pero de complexión fuerte -de esa que se esculpe en el andamio, en las milicias o golpes de mar- Sentado, cómo derrotado, en ellas. Les puedo asegurar que no era por efectos del alcohol, que de eso ya tengo varios tratados escritos. Cabizbajo, mirando hacia el suelo.

Ya se escuchaba procesionar cercana la figura del Cristo de Medinaceli y a sus devotos. Este anciano hombre se cubrió con la palma de su mano derecha la frente, sin levantar la cabeza.

Cuando ya vi que llegaba la imagen a su altura, envuelto todo en un profundo olor a incienso, -y éste que escribe confiesa que desde chico le ha importado un carajo volverse estatua de sal por mirar lo que no debe- me volví para mirar su reacción.

Levantó un momento su mirada con los ojos llenos de lágrimas. Estaba bien claro, estos reflejaban su pensamiento: O yo te he fallado o tú lo has hecho conmigo. No se le veía hombre de ir a implorar en los cinco minutos finales.

Luego en mi siguiente mirada ya había desaparecido, y por su edad seguro que ya lo habrá hecho del todo. Desde entonces siempre que miro aquellas escaleras de piedra por las fechas recién pasadas lo recuerdo. Supongo que para uno que no cree en esas cosas del más allá, todavía, y hasta que tenga uso de razón, seguiré pensando y acordándome de esa persona que se cruzó algunos minutos en mi juventud… y que nunca olvidaré.

Luis, lamento que sólo pueda escribirte este lacónico texto sobre lo que yo he sentido de las fechas pasadas, pero supongo que para un simple mortal como yo son sólo fechas para recordar unas sencillas escaleras de piedra.

 

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