El recuerdo de Dámaso Piña sigue siendo una invitación serena a una existencia razonable, justa y gratificante

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El 17 aniversario del fallecimiento de Dámaso Piña puede constituir un estímulo para que reelaboraremos nuestras esperanzas de un mundo más solidario y para que renovemos nuestros proyectos de conversión. Sus convicciones de que el germen crece silencioso bajo la tierra y de que un trozo de levadura fermenta toda la masa nos ayudan para dar sentido a nuestras vidas; su visión crítica nos sirve para poner un poco de orden en el caos de este mundo nebuloso y desequilibrado; su permanente insistencia al repetir que los pequeños son los grandes y que los últimos son los primeros nos proporciona soluciones reales a problemas antiguos y a cuestiones nuevas de esta sociedad desorientada que busca mayor sentido que el modelo de vida rutinaria y vacía que nos ofrecen los medios de comunicación.

Esta puede ser la ocasión propicia para construir explicaciones de su coherente trayectoria vital cimentada en la médula íntima del Evangelio. Su vida sencilla y elocuente fue una historia que generó esperanzas y una lección que alimentó sabiduría. Sacerdote valiente denunció las luchas arribistas, comprendió los mensajes fundamentales del Evangelio, decidió ser portavoz de la enseñanzas de Jesús de Nazaret y se esforzó por vivirlas.

Su vida sencilla y elocuente, fundamentada en los cimientos profundos del cristianismo y en la médula íntima del Evangelio, constituyó una llamada apremiante que nos sigue estimulando a la reflexión y al esfuerzo por entender la vida y por traducirla en palabras, por comprender la presencia del pasado en el presente, examinar las vivencias más válidas e integrarlas en un proyecto convincente.

Fue un creyente que comprendió los mensajes fundamentales del Evangelio, que decidió ser portavoz de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y que se esforzó por vivirlas: su testimonio transparente sigue siendo una invitación serena a una existencia razonable, justa, gratificante y satisfactoria.

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