En casa del herrero, cuchara de palo

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José Antonio Ortega Espinosa | Periodista y escritor

No es de extrañar. Ya lo dice el refrán: en casa del herrero cuchara de palo. Esos que presuntamente han estado cobrando sobresueldos todavía no se sabe de dónde, ni en concepto de qué, y cuya cuantía presuntamente no declaraban son los mismos que se pasan la vida dando lecciones de moral y de austeridad, con cantinelas tales como la de que no se debe gastar más de lo que se tiene o esa otra de que hay que trabajar más y ganar menos. Austeridad para los demás, claro, y lo de ganar menos también, por supuesto. ¡Ni que fueran tontos los muy señoritos!

No iba descaminado aquel viejo amigo, con el que hace ya tiempo que no mantengo relación, que iba de cínico por la vida, pero cínico en el buen sentido, y me decía aquello de que el trabajo embrutece, no sin razón.

Para mí que va a haber que ir planteándose una nueva y profunda amnistía más allá de lo fiscal porque, si no, a este paso nos vamos a quedar sin gobierno y sin monarquía, como las investigaciones avancen por donde van avanzando y sigan poniendo de manifiesto, con pruebas fidedignas y fehacientes ante los tribunales, lo que hasta ahora han puesto sólo a través de la prensa.

El otro día se lo comentaba a alguien en una conversación de café. Es la primera vez, que yo recuerde, que mi espíritu tiende o trata de tender por su propia cuenta hacia el pesimismo. No sé si será por la edad, por aquello de que me voy haciendo más viejo, por la ineptitud de quienes nos gobiernan o porque hay razones más que objetivas para temer que este tingladillo que la humanidad se ha tirado unos cuantos milenios montando realmente se pueda ir al carajo a poco que nos descuidemos todavía más. Nos creíamos en la posmodernidad y, miren ustedes por dónde, no sólo vamos a tener que echar mano de la modernidad nuevamente, por imperiosa necesidad, para lo bueno y lo malo, sino que encima, como se nos apure la cosa, le vamos a tener que echar un vistazo a nuestro recorrido existencial desde el Neolítico por lo menos, a modo de psicosocioanálisis, para hallar algunas claves que nos iluminen sobre lo que nos está pasando.

Coñas aparte, lo que sí es verdad es que estamos en un tiempo y nos enfrentamos a una coyuntura que exige protagonistas de perfil elevado y altura de miras para evitar que esto se nos vaya de las manos. Y no porque yo crea, como Carlyle, que la historia sólo la hacen los grandes hombres. Pero sí porque soy de los que creen que sin grandes hombres que hubieran descollado entre los demás, tanto en virtudes como en defectos, todo hay que decirlo, y grandes mujeres también, faltaría más, probablemente habría habido mucha menos historia que contar hasta la fecha. Mi duda es si esa clase de hombre, y de mujer, todavía la hay o si la especie ya prácticamente, para nuestra desgracia, se está extinguiendo.

Yo creo que es hora de refundar el estado, reformar la Constitución, cambiar el sistema de partidos, modificar la ley electoral y adoptar cuantas medidas se consideren oportunas –que luego no queden en papel mojado, por supuesto– en aras de de una mayor transparencia en la gestión y de una mayor efectividad en la lucha contra la corrupción. Así como dar mayor cauce de participación en los asuntos públicos a la ciudadanía, aprovechando las grandes posibilidades que hoy nos ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, sin que tengamos que hacer de nuestra democracia una democracia electrónica como la que imaginó Asimov, ni nada parecido.

Lo que no tengo muy claro es si contamos entre nuestros dirigentes, o entre los que se postulan a serlo, con quienes puedan liderar ese proceso y, además, estén dispuestos. Esperemos que sí, por la cuenta que nos trae.

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