Giro a la izquierda sí, pero sin derrapar

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José Antonio Ortega | Periodista y Escritor

Dicen verdad quienes afirman que el PSOE debe dar un giro a la izquierda para recuperar el apoyo perdido durante los últimos años, como consecuencia, entre otras cosas, de la crisis. También yo lo entiendo así y lo señalaba en el artículo que publicaba en este mismo espacio la semana pasada y que dedicaba a la situación en la que actualmente se encuentra la organización tras la forzada dimisión de su último secretario general, Pedro Sánchez, el uno de octubre de 2016.

El que no acepte esta premisa para afrontar la operación de rescate y salvamento de este partido del naufragio en el que se halla inmerso desde hace meses es que no se ha enterado de misa la mitad. Ni se ha enterado tampoco de lo que ha ocurrido en este país desde 2011 para acá.

Hasta ese año el sistema político español, aunque multipartidista en teoría, se caracterizaba por el bipartidismo que se imponía en la práctica y que protagonizaban PSOE y PP. Cuando los socialistas eran derrotados en las elecciones gran parte de sus votos iba a parar a los populares. Y viceversa. De tal manera que la alternancia estaba garantizada y el predominio de ambas formaciones también. Sin embargo, como ya se ha podido ver y comprobar, ese equilibrio empezó a irse al garete, primero, cuando estalló el movimiento 15-M, y poco después, cuando a raíz de dicho movimiento nuevos actores políticos irrumpieron en escena.

No hay que ser ningún experto en la materia para saber que, a diferencia de lo que ocurría hasta antes de la aparición de Podemos, la mayoría de los sufragios que los socialistas se han venido dejando por el camino a lo largo del último lustro los están aprovechando los de la formación morada. Pero tampoco hay que ser ningún experto para deducir que este trasvase de votos, sin una recesión económica y social tan profunda como la que hemos vivido, jamás se habría producido. Entre otras razones, porque, con toda seguridad, ni Podemos ni sus derivados existirían.

Está claro, pues, que para reflotar el Partido Socialista –arreglos de estructura, democratización y funcionamiento apartes– no queda otra que atender las necesidades, demandas, preferencias y expectativas de ese electorado –un sector de la intelectualidad desencantada, buena parte de una clase media venida a menos o empobrecida y una elevada representación de trabajadores en situación de precariedad laboral o paro– que ha depositado sus ilusiones y sus esperanzas en esta nueva y joven opción política, rebelándose contra el dicho de “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

No obstante, y como decía en ese mismo artículo al que me refería al principio, para aspirar a liderar nuevamente un gobierno el PSOE ha de continuar siendo el partido de masas en que se convirtió allá por la década de los 80. Pues solo un partido de masas puede concitar tras de sí mayorías estables para regir los destinos de un estado en sociedades amplias y plurales como lo es la nuestra.

En esto consiste, a fin de cuentas, la tan traída y llevada transversalidad que ha traído de cabeza, por cierto, a los podemitas durante las últimas semanas y que no es sino el equivalente de la consigna según la cual no hay que alejarse demasiado del centro si se pretende seducir al mayor número de votantes posible para alcanzar el poder.

El PSOE se equivoca –como bien dice Sánchez– erigiéndose en “subalterno” de los de Rajoy y familia, pero se equivocaría igualmente si por reconquistar el terreno político que le ha sido arrebatado, terminara siéndolo de Iglesias, Errejón y compañía. Independientemente de que, a corto y medio plazo, esté condenado a entenderse con ellos para gobernar.

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