“Hay quien dice que este mundo es una bola, y el que la coja pa él….”

Jesús Gutiérrez. Investigador de Temas Barreños.

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Así principiaba la letra carnavalesca dedicada a aquel barreño popular y personaje pintoresco conocido como “El Cojo Pesquivé”.

Rafael Sánchez, nacido en las postrimerías del siglo XIX, fue una persona con una vida sencilla dentro de la cotidianidad de lo que por aquel entonces era el pueblo de Los Barrios, compuesto por lo que hoy es el casco antiguo con poco mas de cuatro mil habitantes. Su vida tuvo poco de extraordinaria, salvo el nacer con un defecto físico y con una salud frágil y precaria. Rafael fue el único hijo que tuvieron sus padres señó “Curro Pesquivé” y señá “Ana”. Llegó a ser un barreño popular y un personaje pintoresco de su tiempo en el siglo pasado.

“Señó Curro” era dueño del rentable y popular establecimiento de café-bar instalado en la calle Perdón, denominado “El café de Pesquivé”, en el que curiosamente se desarrollaban dos actividades. De madrugada, era café-bar y atendía a todos los arrieros, trabajadores y gañanes que tomaban café y copa antes de salir para sus respectivos trabajos. Por la mañana cesaba lo que era bar y se dedicaba a zapatería hasta la tarde-noche que volvía a ser otra vez café-bar hasta la hora de cierre.

Rafael, que recibió el apodo de su padre al que se le antepuso su defecto físico, fue un niño criado de la forma más exquisita al que no le faltaba de nada. A sus padres les había costado mucho traer al mundo a Rafaelito y no querían disgustarlo, dándole todos los caprichos habidos y por haber. Tales eran los deseos de sus padres de que a Rafael no le faltara de nada que llegado el verano, concretamente en el mes de agosto, señó “Curro” ponía a un propio con un burro para que llevara a su hijo todos los días a la Playa de Palmones a bañarse.

“El Cojo Pesquivel”, era una persona ocurrente que tenía muy buen humor y buenos golpes. A la muerte de su padre se hizo cargo del rentable negocio llegando a aumentar el número de parroquianos y clientes consiguiendo tener tal predicamento y ser tan popular entre los mismos y demás vecinos que, con su pintoresca personalidad, incluso, llegó a influir en las rifas que se hacían por las calles y establecimientos –por aquel entonces no existía la ONCE-, para que le tocaran a él.

Como sería tal influencia que las murgas de carnaval de su tiempo le sacaron una letra que decía:

“Hay quien dice que este mundo es una bola,

Y el que la coja pa él.

Veinte kilos más que el año pasado,

Pesa el “Cojo pesquivé”.

Se han rifado muchas gallinas y pavos,

Longanizas y jamones, cartones de huevos,

tarrinas de miel y bandejas de bombones.

¡ Yo no sé que suerte tenía Rafael! Que a él siempre le tocaba,

De meterse cosas tan ricas y tan buenas,

Entre el pecho y la espalda.

¡Y Pa qué!. Decían muchos y quedó como un refrán,

A la rifa voy a meter si ya sé que se la lleva Pesquivé”.

Venido a menos el negocio de la calle Perdón, puso un pequeño bar en la desaparecida Casilla donde estuvo la gasolinera, después Administración de Arbitrios y donde hoy se levanta el edificio de Correos, y colocó un letrero en la puerta que decía: “Hay gasolina para los motores humanos”

Coetáneo y amigo de mi padre, yo lo conocí ya de mayor por los años cincuenta en un soberado de la calle Jesús, María y José, donde, sin medios y sin recursos de ningún tipo, hacía algunas chapuzas y a donde mi madre me mandaba, de vez en cuando, con algunos zapatos de mi padre o de mis hermanos mayores a que los remendara, o bien, para que de unos zapatos viejos sacara tiras para hacernos unas sandalias para el verano. Y me decía: “Hijo, dile a tu madre que me mande seis reales para los materiales”. Los materiales eran, entre otras cosas, la media limeta de vino pirriaque de la tienda de María Roncero. Él, que se había criado con tanto mimo. Él, que había dado tan buena cuenta de tantos festines pantagruélicos rociados con abundante y buenos caldos de la tierra. Él que estuvo, mientras tuvo, rodeado de aduladores y pelotas, se veía confinado en el soberado de una miserable y vieja casa, olvidado por ésa sociedad que en su tiempo tanto lo aduló y pregonó a expensas de que alguien le llevara los seis reales.

Más tarde se marchó a La Línea de la Concepción sin haberse tenido más noticias de él. Los pueblos no deberían, nunca, dejar caer en el olvido a sus hijos ilustres ni a sus personajes populares y pintorescos para no perder su identidad ni su idiosincrasia.

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