La Andalucía que queremos

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Podríamos apelar recurrentemente al himno y exhortar a los andaluces a la lucha, al grito de ¡levantaos!  O quizás alabar la belleza de sus glaucos mares, admirar el primaveral reverdecer de sus montes y disfrutar de la tibieza de sus soleados aires matutinos.  Tal vez regocijarnos en el lírico verso de grandes poetas “de asquí” o embriagarnos al inhalar los idílicos vapores que exhala este crisol de culturas, pero… ¡NO!
 
Porque los andaluces, antes de levantarse, necesitan indignarse y desgraciadamente todavía tenemos que librarnos del pesado yugo del conformismo, que corre por nuestras venas como una droga barata, cruel y vil. Porque a nuestros mares les falta bien poco para acabar como los de la Manga, mientras que en algunas playas ya hay más aceite que en la freidora del Manteca.  Porque cada vez hay menos monte y las mañanas son menos tibias (tristes efectos del cambio climático que algunos descerebrados se empeñan en negar).  Porque alguno de esos grandes poetas sigue enterrado en dios sabe qué cuneta, y porque, por mucho que nos empeñemos, la verdiblanca no es ni medio gitana ni medio mora, sino más bien todo lo contrario.
 
Jugarretas del destino, tuvo que ser Aragón el que trató de despertarnos con eso de “menos rollo de verdes mares, de campiñas y de olivares, que así luego nos luce el pelo”.  Ya está bien de tanta terca autocomplacencia, ciego ombliguismo y fútil narcisismo.  El regodeo desmesurado en lo mismo de siempre no hará más que conducirnos por una senda circular, triste y oscura, que no nos lleva a ninguna parte.  En los aceitunados dados del destino siempre sacamos dobles, nos mandan directos a la cárcel sin pasar por la casilla de salida y (lo que es peor) sin cobrar las doscientas mil pesetas de rigor.
 
Solo cuando nos demos cuenta de que no somos los pastores sino las ovejas y de que no somos los almadraberos sino los atunes, podremos empezar a vislumbrar el camino del progreso.  Andalucía es más que un tren que nunca llega, mucho más que cuotas de pesca, infinitamente más que un grupo propio en el Congreso.  Está muy bien eso de “Andalucía libre, España y la humanidad” pero, ¿sabemos realmente lo que significa? ¿somos conscientes de que la idea de Andalucía libre choca frontalmente con la España actual? Y sin embargo no nos cansamos de repetirlo cada vez que entonamos el blanquiverde himno, a la vez que crucificamos a los que sí luchan por la emancipación de sus regiones.  Paradojas de bandera a medio subir.
 
Y es que no nos damos cuenta de que si queremos que Andalucía cambie no podemos esperar a que la mutación venga de allende Sierra Morena: tenemos que provocarla nosotros mismos y, para ello, el primer paso es que cambiemos los andaluces.  Los andaluces no queremos volver a ser lo que fuimos, queremos ser mejores de lo que nunca fuimos.  Debemos mirar al futuro con un objetivo claro, con unas metas realistas, alcanzables y evaluables. ¿Queremos un tren?  No podemos esperar a que Madrid nos lo regale, construyámoslo por nuestra cuenta, paso a paso, traviesa a traviesa.  Si hubiéramos empezado a construirlo en el preciso instante que comenzamos a pedirlo, ya lo tendríamos más que amortizado.
 
¿Pensamos que Andalucía no progresa porque “alguien hace cosas” para que no progrese? Vale, te lo compro, seguro que hay alguien por ahí haciendo cosas nazis, pero a lo mejor resulta que tampoco progresa porque nosotros, los andaluces, no estamos haciendo lo suficiente para que progrese.  No estamos aquí para “pedir tierra y libertad”, sino para tomar los medios y las posibilidades que nos corresponden por naturaleza. Y usarlos, para más inri.
 
La Andalucía que queremos es justamente la Andalucía que estemos dispuestos a construir, ¿me ayudas a poner la primera traviesa? Es la más difícil, te lo advierto…

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