La jubilación de los polvorines

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En la actualidad,
como si les estallara a ellos la pólvora que durante años albergaron,
están los polvorines en estado ruinoso.
Puede que, al jubilarse de su oficio
quedaron tan tristes por ser custodios de dinamita,
por entre sus paredes albergar a ésa,
que se sumieron en una decrépita ruina;
pero muchas veces, como quizá les pase a ellos,
el llegar a ese estado también puede reconfortarles
porque quedaron libres en sus entrañas de tan peligrosa carga.

Es tiempo de paz,
la pólvora se ha ido de ese bello lugar,
quedan solamente las paredes que cercaban tanta metralla.
La pólvora y la dinamita solo se use
para construir el progreso o para anunciar fiesta.

Ya los pies del Monte de La Torre
son granja pacífica y no polvorín ,
allí canta el gallo y la perdiz
y arrulla la paloma que anuncia paz sin fin.

Paraje tan idílico no merecía ser de tan funesta carga refugio;
ya los sótanos del Monte de La Torre,
están libres de ese inquilino.
Santa Bárbara busque otra capilla
que este paraje está consagrado, por derecho de venta,
al buen labriego San Isidro
que aquí celebró ogaño con sus cofrades y vecinos
la bella romería que lleva su nombre,
esa que hoy, en estas datas y, desde años ha,
se festeja en otras fincas barreñas,
pero, la primera fiesta fue entre estos casetos de polvorines
y solamente se olía a la pólvora de algún petardo festivo
que prendía un grupo de chiquillos
llenos de dicha, alborozo y júbilo
sin siquiera saber que allí, en la postguerra,
hubo almacenes de pólvora y soldaditos,
que no eran de plomo sino que cumplían la mili de rigor
esperando que les dieran la orden de romper filas
y tomar “la blanca”, esa militar cartilla
para marchar a casa y, llevar con ello casi la autorización
para contraer nupcias con la novia de siempre,
con la que tanto pasearon hasta el Puente Grande
y ya, del brazo de los padrinos,
marchar al altar de la Iglesia de San Isidro mismo.

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