La maestría del amor

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  “A las aladas almas de las rosas

  Del almendro de nata te requiero

  Que tenemos que hablar de muchas cosas

  Compañero del alma, compañero”

                                                        M. Hernández

Existe una gran verdad y es que las cosas delicadas y bellas duran poco en este mundo loco empeñado en la destrucción de la sublime grandeza de los actos pequeños.

Luciano era un hombre sencillo, feliz en éste su pueblo que ya se le iba haciendo grande porque el ladrillo y la especulación no le dejaban ver un verde horizonte. Pero su salvación estaba en el pulmón de su parque que luchaba incansable contra la chimenea contaminante de su fábrica. Cuando se asfixiaba recurría al campo en bicicleta o andando, en compañía o solo a encontrar su verdadera naturaleza, la naturaleza del Luciano puro y libre, la que después paseaba y por todos los rincones iba repartiendo. Esa es la imagen que debemos recordar porque sólo esa es la verdadera. Puedo asegurar que a los que eligió en su camino somos afortunados de haber podido aprender de lecciones que traía innatas, primitivas y salvajes, palabras sagradas de un maestro revolucionario, un visionario al que sucumbían hasta los más incrédulos, un viejo sabio habitando en un joven cuerpo. Y sólo recordando esas lecciones honraremos su memoria; nos comprometeremos a transmitirle a las nuevas generaciones sus enseñanzas porque hemos tenido la suerte de que el verdadero mensaje de la vida haya elegido a este pueblo para ser divulgado y los discípulos de este profeta no debemos abandonar el gran legado que tan generosamente nos ofreció.

Ahora puedo entender mejor la historia; ahora sé mejor del dolor de María viendo a su hijo crucificado, entregando la vida por su pueblo; lo vi en Isabel, su amada madre, su diosa, la veneración de todos sus días. Lo vi en todas las María Magdalena, las niñas de sus ojos, a las que idolatraba, las que ungíamos su alma con el bálsamo que le hacía latir con más fuerza en la vida. Se nos heló el corazón, la muerte enamorada nos arrebató a ese hombre que todas quisimos siempre tener cerca; nos quedamos viudas de los mimos de alguien que conocía a la perfección nuestros ritmos, nuestra naturaleza. Ya nada será igual, no habrá consuelo, se fundió con el “Todo” este poeta urbano que tantos y tantos versos nos ha dedicado y que tanto amor incondicional nos ha profesado.

Ahora su espíritu vuela libre y nosotros, limitados mortales, tendremos que estar atentos a sus señales que sin duda encontraremos en un río cristalino, en los familiares senderos, en una candela, en los frutos que nazcan de la tierra, en un aire respirable, en una sociedad justa, en un gol del “Madri”… y por supuesto siempre estará cuando hagáis el amor como acto de sanación y de entrega.

Se nos fue un elocuente locutor deportista y político, un horticultor que luchaba por conseguir ser autosuficiente, un ejemplar hijo, hermano y amigo, un incansable trabajador, un insobornable pensador, un ser de una generosidad mística, de una delicadeza frágil como el cristal. Se esfumó la alegría que a vista de todos, montado en su Rocinante metálico, iba exhibiendo con un descarado orgullo de saber el bien que hacía sentirse un buen hombre en el más amplio sentido de la palabra.

Ocho años me han sabido a poco a su lado pero ahora que no hay más remedio que seguir con esta irreparable soledad, con la ausencia de mi gran amor, transitaré con este cuerpo cansado que llora desconsolado la ausencia de sus caricias, con esta boca que ha enmudecido sin sus dulces besos, con este alma herida de muerte por haber perdido la imagen en el espejo de su gemelo y acumularé los recuerdos de todo lo que tan apasionadamente me ha ofrecido para venerarlo mientras que la vida me dé aliento.

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