Monte de la Torre

La mina de la casa

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Al vivir en pueblo minero siempre admiré el trabajo de esos operarios; yo, que soy muy dado a la vida al aire libre, me creía incapaz de emular a esos abnegados que pasaban toda su vida bajo tierra para suministrarnos a otros, a sus familias, el otro calor, el crematístico que da el carbón. Pensaba que me ahogaría en esas galerías, nunca creí que llegaría un momento en que, sin tiznar mis manos ni mi cara, tendría que pasar meses encerrado en una singular galería, la que no es mina carbonífera pero sí la fundamental para salvar mi vida. La puerta de mi hogar y las ventanas eran como la entrada a un pozo. Pero en este en el que el virus me metía era de profunda hondura. No había miedo a explosión de grisú , pero dentro de mí estaba el peligro. Ellos, los trabajadores de la mina, buscaban en ella el sustento de los suyos y yo, como el resto de convecinos, nos parapetábamos en la casa del acosador virus que se adueñaba de las calles. Nuestro organismo se tornaba en un pozo en el que podíamos quedar sin oxígeno. Horas, días y meses escondido y sin producir otra cosa que consumirnos en terribles pensamientos pues, desde nuestra ventana, veíamos como otras minas productivas, diferentes negocios, echaban candado y ya no abrirían como le pasó a aquella carbonífera mina que en su día nos clausuraron porque sufrió del ataque de la falta de apoyo para superar crisis.

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