Las Queridas del Rey

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Desde que el Rey se partiera la cadera cazando elefantes y saltara a los medios de comunicación su acompañante de safari y “amiga entrañable” la princesa Corinna zu Sayn Wittgenstein, son muchas las supuestas correrías y queridas que al parecer se han relacionado con nuestro monarca. Ahora podemos atisbar porque está tan gastado, porque le fallan piernas, espalda y caderas, porque se cae tanto y está tan torpe y caduco. Con tanta doncella de alcoba, ya no sabemos si la fragilidad de la osamenta real se debe a su duro trabajo y partidas de caza de osos borrachos, ó si es cosa de tanto vaivén de cama y levantamiento de baso en barra fija. Y es que los excesos y la fornicación pasan factura, y más cuando uno ya tiene 75 años y no está hecho un chaval. Cómo no va a quebrantarse la salud y crujir todos los huesos cuando se te echa encima una princesa rubia cuarentona y teutona, con cara de Barbie, un secreto entre las piernas y una pulsera de tres millones de euros en la muñeca.

Esto del puterío, las concubinas y las partidas de caza no es algo nuevo en nuestras monarquías, ya viene de largo. Desde la Edad Media se conocen las aficiones reales por las meretrices, el derecho de pernada, la servidumbre de alcoba o la flojera crónica. La reglamentación pública de la mancebía – entendida por San Agustín como “un mal menor y necesario para la sociedad que evita la lascivia-, ya tiene sus tempranas manifestaciones en ordenanzas reales como las del rey Jaime II (1321). En muchas ocasiones, al entender a la manceba como una mujer pública que presta un servicio social más, los burdeles terminaron siendo de monopolio real, como ocurrió entre otros con el famoso lupanar de Mallorca creado en 1413. La regulación de la mujer pública fue tal que en tiempos de Felipe II incluso se llegó a fijar el número de mancebías atendiendo al número de habitantes de cada ciudad o asentamiento. En tiempos de Carlos III, al calor de la transformación urbana de Madrid, también se trato por el monarca reformista todos los aspectos que afectaban a alcahuetas y meretrices, llegando a mandar que se uniformasen con sayas pardas, cortadas a picos en los bajos, para diferenciarse del resto de damas “honestas” – de aquí viene la frase “ir de picos pardos” por “ir de putas”. Por aquel entonces se comenzó a regular las señas de identidad y la publicidad de prostíbulos y lupanares, estableciéndose que allá donde trabajasen las mancebas, deberían exhibirse por decoro ramos de flores en ventanas o balcones, evitándose luces y señas obscenas. De aquí que con el tiempo las floristas, las furcias portadoras de ramos, terminarán llamándose rameras – un sinónimo más de prostituta para la RAE.

La Historia es un pozo de sabiduría y léxico popular, que nos enseña que tanto el pueblo llano como los soberanos, a largo de los lustros se han entregado a esa difícil arte de la caza y del buen comer y joder en lecho ajeno, tanto con busconas y esquineras de arrabales, como con señoras de apariencia honesta y vida libertina, las llamadas “cortesanas”, generalmente bien posicionadas en los círculos de poder gracias a sus relaciones estables de adulterio con ricos, poderosos y reyes. Estas mujeres – que siguen perviviendo hoy en día – solían adquirir un elevado estatus social y económico, viviendo en palacio o cerca de sus valedores en casas lujosas , colmadas de caros vestidos y joyas pagadas por aquéllos a cambio de sus servicios personales.

No debe por tanto importunarnos o resultarnos extraño que nuestro Rey Juan Carlos Iº siga la tradición regia y nos haya salido tan mujeriego y tan cazador de conejos. Más de 1500 mujeres han pasado supuestamente por el “real cipote”, según comenta Pilar Eyre en su libro “ La Soledad de la Reina” . La princesa Corinna es una muesca más en las caderas maltrechas del monarca, es una más de ese rumoreado listado de “entrañables amigas”, entre las que dicen hallarse María Gabriella de Saboya – exmujer de Robert de Balkany, la condesa Olginha Nicolis de Robilant, o famosas como Bárbara Rey, Paloma San Basilio, Sara Montiel o Anne Igartiburu. El número de amantes y concubinas anónimas es incalculable, fruto de correrías en moto y viajes “oficiales”. Con tanto supuesto fornicio, con tanta travesía en sus barcos Fortuna y Bribón, que podemos esperar, el cuerpo pasa factura. Y encima – para remate – van y le salen dos supuestos vástagos que le interponen una supuesta demanda de paternidad.

Al parecer este adulterio continuado y consentido por Doña Sofia, se remonta a la época juvenil del Rey, cuando ya cazaba patos con el Generalísimo. Según Pilar Eyre, desde entonces la reina es una mujer engañada consciente de sus “reales cuernos”. Si todo esto fuese así, el modelo de familia de la Casa Real estaría por los suelos, avivado también por el acecho de la corruptela. Pienso que sólo después de muerto el Rey, se podrán conocer algunos de estos negocios y supuestas queridas, mientras tanto lo que quizás más incomode a los españoles no sean “las canas al aire” del Rey, sino sus “oscuros negocios” y el hecho de que estas “supuestas cortesanas” hayan vivido como Dios a cuenta de nuestros impuestos, viajando incluso con credenciales diplomáticas y negociando quien sabe qué, en nombre del Rey y de España en el extranjero. La imagen exterior es vergonzosa, sólo tienen que ver los artículos sobre este tema de faldas que le dedican la revista francesa Paris Match o el diario italiano La Stampa, que afirma directamente que “en España hay dos reinas: la oficial, Sofía, de 73 años, casada desde 1962 con el rey Juan Carlos y la oficiosa, la provocante y rubia princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, de 46, separada y amante desde hace cuatro años del soberano más tombeur (casanova) de femmes ( mujeres ) de Europa”.

La erosión de la monarquía es evidente y de todos estos escándalos sólo se ha sacado algo positivo: Por primera vez en España se puede hablar abiertamente del Rey y su familia. Hasta ahora su figura era impronunciable y la censura sobrevolaba recordándonos tiempos más aciagos de dictadura. El tabú lo han disipado “las rubias del Rey”. Nunca hasta ahora se había podido hablar de sus negocios, viajes o queridas; no se podía preguntar por su vida ociosa y el origen de su fortuna – la cuarta del país según la revista Forbes. Era la asignatura pendiente, decorada de pompa y peloteo institucional, de una España que presume de una democracia sin censuras y aforamientos especiales, en la que el propio Rey tiene la libertad de decir en su discurso navideño que “todos somos iguales ante la Ley”; pues aplíquesela Usted mismo para empezar.

Desde que las doncellas de taberna la Tolosa y la Molinera armaran caballero a Don Quijote hasta que la sífilis destrozase la hermosa nariz de la Lozana Andaluza de Francisco Delicado, España siempre ha sido un país de monarcas acomodados, mujeriegos y con caros vicios. La vida licenciosa, la subnormalidad propiciada por la endogamia, los cuernos y bastardos, los caudillos y cobardes han sido el pan de cada día de un vulgo marcado por la picaresca. Estos tópicos marcan a fuego nuestra idiosincrasia hispana, son consustanciales a nuestra cultura y sociedad, por eso no nos sorprendamos si comenzamos a descubrir las mentiras y damos pábulo a lo que los mentideros daban por hecho hasta hace poco, que el puterío, la corruptela y el latrocinio han sido siempre norma entre los poderosos y las altas cunas de esta nación.

Venga a seguir pasándoselo bien mientras las caderas y la espalda aguanten, que si de algo tenemos el record en Europa, es el de tener el mayor número de vividores, corruptos y parados, además del Rey más mujeriego y casanova.

“Hay mujeres que venden aquello que deberían dar y otras que dan aquello que podrían vender. Las primeras son prostitutas, las segundas, sentimentales”.

Roberto Gervaso – escritor italiano, La volpe e l’uva ( La Zorra y las Uvas 1989 ).

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