Miguel Hernández:El Poeta del Pueblo y la Libertad

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

En palabras de Pablo Neruda, “recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor”. Se cumplen ahora 71 años de la muerte de un hombre que amó la vida a través de la poesía. El poeta de la libertad y del pueblo murió a la temprana edad de 31 años, en la enfermería de la prisión de Alicante un 28 de marzo de 1942. Hombre de izquierdas y defensor de sus ideales, le toco vivir a contra corriente unos tiempos aciagos y represores, muriendo por lo que creía. Ya lo había dicho en sus poemas: “Como el toro me crezco en el castigo”; “Como el toro he nacido para el luto…”:

“Moriré como el pájaro: cantando,

penetrado de pluma y entereza,

sobre la duradera claridad de las cosas.”

En una dedicatoria que Hernández hiciera a su amigo Vicente Aleixandre sobre un ejemplar de “Viento del Pueblo”, retrata lo que para él es un poeta: “Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido” – con estas palabras Miguel recordaba también a García Lorca, asesinado un año antes por los fascistas. Para Hernández “los poetas somos viento del pueblo: Nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas (…). El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.

Desde que naciese en su Orihuela de 1910, Miguel siempre tuvo una vida difícil y humilde, esquivando como una golondrina la esquina de la incultura y miseria que le toco padecer, refugiándose en la lectura y las palabras. Una universalidad rural de agostados campos forjaron la personalidad bondadosa y firme del muchachón de Orihuela. En palabras de Neruda fue el poeta de luz de tierra, de mañana pedregosa y luz espesa de panal despertando. Su corto periplo por la escuela acrecentó su curiosidad por el saber, aficionándose a la poesía de la mano de su amigo Ramón Sijé. Y aunque la pobreza de su familia le empujó a la crianza y pastoreo de ganado, siempre hallo tiempo para acudir a la biblioteca de Luis Almarcha, sacerdote y canónigo de la catedral oriolana, donde conocería las obras de los escritores latinos y griegos, así como las novelas clásicas de la lengua española.

Era Miguel uno de esos muchachos de Delibes, “con el pueblo escrito en la cara”. Un cabrero de esa España profunda de hambre y miseria crónica, de olvidadas fuentes y bulliciosas verbenas, de guerras fratricidas y mil traiciones. El pastor poeta, el niño yuntero soñaba sus sonetos, arañando la tierra con las manos, inspirado en aquellos valles, montañas y ríos de su tierra alicantina. “Contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”, recitaba Miguel entre rebaños, huertas y acequias iridiscentes, bajo las acogedoras copas de los chopos, entre olores a genistas y coloristas centauras. Esa feracidad virgen de una Naturaleza desatada, esculpía con lirismo de barro los poemas de Miguel. Como recordara Neruda, ante los ojos de los poetas urbanos, Miguel recordaba “cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres; el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras”. Rumores de leche y tronadores torrentes, de pan recién amasado y esparto mojado, de albas que quisieron ser albas y noches eternas con olor a carburo y madreselva.

De 1925 a 1930 se producen sus primeras publicaciones y se forma el llamado Grupo de Orihuela compuesto por Carlos Fenoll, Ramón Sijé y Miguel. Entre 1931 – 1936 se desarrollan las obras más importantes de su corta vida, relacionándose entonces con grandes poetas como Alberti, Rosales, Aleixandre o Neruda. Son los tiempos de tertulias en Madrid y de noviazgo con su futura mujer Josefina Manresa. Porque Miguel era poeta del pueblo, pero también de la mujer ausente, de “un amor que no acaba”, influido por poetas como Gustavo Adolfo Becquer o Garcilaso de la Vega. En sus versos se esconden las mujeres que marcaron su vida y su muerte, desde su primera novia, su esposa y su madre Concepción Gilabert – “Concheta”, hasta sus escarceos amorosos con la artista Maruja Mallo o sus relaciones con la filosofa María Zambrano y la poetisa y primera licenciada en químicas de España, María Cegarra Salcedo.

Luego vino la Guerra Civil, su militancia comunista y la participación activa en el bando republicado con el Quinto Regimiento, su matrimonio y la pérdida de su hijo. En aquellos tiempos de tinta y pólvora sus poemas abandonaron la estética para hacerse arenga, realidad clara y directa, manada de su compromiso social y político. Eran en palabras de Rafael Alberti los tiempos de la “poesía de combate”, como evidencian sus obras “Viento del Pueblo” (1937) o “El Hombre Acecha” (1939). Entonces la verdad sabía a sangre, la libertad era un insulto y el no estar bautizado se pagaba con un balazo en la nuca.

Su mujer Josefina Manresa guardó gran parte del legado que hoy conocemos de Miguel, incluso todavía siguen apareciendo poemas inéditos después de setenta años, como el que le dedicó en el frente a la dirigente comunista Matilde Landa, muerta como él entre rejas. La sombra de su mujer se filtra en cada verso, como evidencia la dedicatoria que encabeza su obra cumbre “El Rayo que no Cesa” (1936): “A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya”. Tras finalizar la guerra, el esposo soldado fue detenido un 29 de septiembre de 1939 y condenado a muerte. Pena que sería conmutada por la de cadena perpetua, lo que le llevo a pasar por trece prisiones hasta morir de tuberculosis en el “Reformatorio de Adultos” de Alicante. Durante su calvario carcelario trato con otros disidentes como Buero Vallejo – que le realizó su famoso retrato a carboncillo -, terminando su última obra “Cancionero y Romancero de Ausencias”- 1942, en la que abandona la temática social para volver a la personal, al amor de su esposa e hijos, la nostalgia de la infancia, la falta de libertad y la cercanía de la muerte. A este Cancionero pertenece su famoso poema “Nanas de la Cebolla”, dedicado a su segundo hijo:

“No puedo olvidar

que no tengo alas,

que no tengo mar,

vereda ni nada

con que irte a besar.”

Canciones y poemas retratan a un hombre llano, que sangra y pervive, que ama y sueña otra España, que se duele por su hijo muerto, que llora la ausencia del amigo malogrado. Quien no recuerda ese poema hecho canción de Serrat, la “Elegía por la muerte de su amigo Ramón Sijé”:

“No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida”.

España nunca ha sido tierra que valore a sus hijos, y como otros grandes, no ha tenido un merecido homenaje Miguel, aquél que “llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. Su importante legado perdura por encima de ideologías, represiones y reproches. Su canto de ruiseñor en el cañaveral suena aun en la noche fría como un sincero eco de ilusiones perdidas, de esa izquierda del corazón y la verdad a la que se echa de menos, ensuciada hoy por pragmatismos cool, soterrados oportunismos y mediocridades. Sus arengas entre bombas y rechinar de dientes se tornaron con el tiempo en vitalidad, alegría, esperanza, nostalgia, libertad, canto. ¿Quién encierra una sonrisa ?; ¿quién amuralla una voz?… . No dejo un solo rincón por versar el poeta en su frugal existencia, ni siquiera cuando las rimas se tropezaron con la muerte, incluso entonces se enfrentó a ella con la poesía en la boca :

“El hombre no reposa: quien reposa es su traje

cuando, colgado, mece su soledad con viento.

Mas, una vida incógnita como un vago tatuaje

mueve bajo las ropas dejadas un aliento.”

“El corazón ya cesa de ser flor de oleaje.

La frente ya no rige su potro, el firmamento.

Por más que el cuerpo, ahondando por la quietud, trabaje,

en el central reposo se cierne el movimiento.”

( Poemas Últimos ).

Como diría Miguel Hernández “mis ojos, sin tus ojos, no son ojos”: “Tengo la pena de una sola pena que vale más que toda la alegría”. Si queréis saber de mi…. “En las calles voy dejando / algo que voy recogiendo: / Pedazos de vida mía / perdidos desde muy lejos…”. Su memoria escrita, su legado presente, pervive descarnado de fantasmas, ideologías y odios, que tanto daño hicieron, que tanta sangre derramaron. La catarsis de su vida y muerte bulle en poemas como “Canción Última – El Hombre Acecha, 1939”, donde la esperanza triunfa sobre el resto y los restos, sobre el llanto, las grandes pasiones y desgracias, sobre esos besos que florecen sobre las almohadas y ese odio, que como una garra suave, se amortigua detrás de la ventana.

Esa casa que es España, con ruinosa cama y desierta mesa, no está vacía, sigue pintando sus paredes con los versos de Miguel. Como entonces, los duros tiempos han regresado para desenterrar su recuerdo y sus palabras : “Dejadme la Esperanza”.

Soneto 15

Me llamo barro aunque Miguel me llame.

Barro es mi profesión y mi destino

que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.

Soy una lengua dulcemente infame

a los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho

que quiere ser criatura idolatrada,

embisto a tus zapatos y a sus alrededores,

y hecho de alfombras y de besos hecho

tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

EL Rayo que no cesa 1934 – Miguel Hernández ( 1910 – 1942 ).

En Memoria de Miguel Hernández de alguien que aún conserva la esperanza.

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