SOBRE NUESTRA VIDA

¿Quién tiene la culpa? – Ni tú ni nadie …

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Estamos todo el día buscando culpables. Para algunos son los políticos, para otros la juventud y para otros el vecino, el marido, la mujer o el profesor. Lo que está pasando ahora incita más que nunca a la tendencia tan humana, muy humana, de buscar culpables.

Cuando mi hijo tenía unos 9 – 10 años, me dijo un día unas palabras que me sorprendieron de un niño de su edad: “la gente anda culpando todo el tiempo los unos y los otros, y a nadie se le ocurre ponerse en el lugar del otro”. – Nunca se me olvidaron sus palabras.

Cada uno de nosotros tiene sus luchas, sus miedos, sus heridas y defensas. Y aunque queramos “controlarlas” o superarlas, de alguna manera están ahí incrustados en nuestra memoria y en nuestros “automáticos” en forma de hábitos o reacciones ante las situaciones de la vida.

¿Cómo sería nuestra vida si en vez de buscar culpables por todo, en vez de apuntar con el dedo a los unos y los otros, sintiéramos compasión por las personas que, con sus luchas internas, no saben realmente cómo hacerlo mejor? – Pero claro, para hacer eso, tendríamos que empezar con nosotros mismos. “Quien esté libre de pecados que tire la primera piedra”, decía Jesús Christo.

Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo. Enfrentarse a sus propios “monstruos” – fallos, actitudes que no nos gustan de nosotros etc. – es una tarea dura, a veces dolorosa, difícil de sostener. Ahora bien, echar un vistazo y poner orden en la propia “casa” es la única vía para poder entender las actitudes de los demás y dejar de enfadarse, ponerse de mal humor, juzgar a los demás o incluso perder la fe en el ser humano.

Soy consciente de que son palabras mayores lo que digo aquí. Este asunto es muy sutil y requiere cierto grado de sensibilidad y apertura. No obstante, hoy he decidido atreverme a expresar mi inquietud hacia la falta de amor y compasión que estamos propagando tan a menudo con los permanentes juicios.

Es fácil criticar, especialmente a los políticos, y es comprensible ante los ejemplos de corrupción y malas gestiones que podemos observar, ya lo he comentado en artículos anteriores. Pero hoy no repararé en el tema de los políticos o la corrupción. Hoy me quedo con un asunto mucho más íntimo de las relaciones humanas. Especialmente cuando se trata de relaciones entre hombre y mujer, a veces es casi imposible la comprensión mutua. Hay toneladas de heridas que nos tienen enfrascadas en prejuicios, ataques mutuos y defensas, sin siquiera intentar comprender al otro desde el corazón.

No nos damos cuenta de que nuestro mal humor, nuestro enfado y nuestros juicios son reflejo de nuestro propio juicio interno hacia nosotros. De manera casi inconsciente, muy en el fondo de nuestro ser, nos exigimos ser perfectos, nos machacamos por cada fallo cometido, nos maltratamos literalmente si no logramos ajustarnos a las exigencias creadas por nosotros mismos.

Esta tremenda exigencia es, no obstante, la razón por la que descargamos todo el enfado con nosotros mismos en los demás – nuestras parejas, hijos y seres queridos los primeros.

Quizás, sin más, si te pillas juzgando por ahí buscando culpables, echa un vistazo a tu propio ser y, en vez de machacarte, por una vez en la vida, prueba con perdonarte. Tú solo eres un ser humano más que está intentando vivir, superar tus traumas y heridas, a veces feliz y otras hundido en la miseria. Como todos los demás.

Hay muchas cosas que hacer y que mejorar. En la educación, en la enseñanza, en la política, en todos los sitios. Sí, sin duda. Y hay quienes lo hacen MUY mal. También. Ahora bien, empezar en la propia casa será imprescindible si queremos que nuestra labor esté hecha con amor y compasión.

¿Quién tiene la culpa? – Ni tú ni nadie. Pero eso sí, podemos cambiar. Empezando por perdonarnos y abrazar nuestra propia imperfección.

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