Somos el tiempo que nos queda

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Ángel Tomás Herrera | Los Barrios

Somos el tiempo que nos queda, destruidos por esa figuración que nos otorga el misterioso hálito de vida, en su locura conspiratoria- reflexionarían en sus adentros los hijos de Rea, al ver que su padre los devoraba lenta pero inexorablemente tras nacer. Es el tiempo que sutilmente nos envuelve y nos cercena, ese antropófago Cronos griego del que escapo Zeus y sus hermanos para derrocarle como estaba previsto. De él hablaron mientras pudieron los oráculos sibilinos, siendo el dios de la destrucción y la guerra de los romanos, inspirador de odas y miedo entre mortales. Su legendaria presencia ha sido inspiración para Rubens, y su inquietante faz, monstruosa y esperpéntica, ha sido dibujada como nadie por Francisco de Goya. Fantasma lacerado de luces y sombras, de mueca munchiana de la que nada ni nadie osa escapar, es el devorador paciente y constante, que agazapado, nos espera paciente tras aquella esquina, nos devuelve el reflejo del espejo, perviviendo en aquella foto olvidada del cajón. Ese titán que sólo podría destruir un dios, es el péndulo de la vigilia que vela los párpados, que tiraniza la veleidad del recuerdo.

No le den más vueltas, somos tiempo; estamos y ya hemos estado. Los días parecen meses y los meses son años. Esa sensación de irse, de pérdida de tiempo, de un adiós sin retorno se ha convertido en algo generalizado, estigma social tal vez. Además ese déjà vue viene potenciado por esta crisis económica que se ha transformado en personal y existencial, ubicada en nuestro fuero interno, cerca de nuestro pecho, al regazo del socaire de la segura inseguridad. Nos desesperamos esperando kilométricas colas para pedir cita al médico, para pagar las compras o simplemente para echar una carta. Llenamos nuestro tiempo de colas y bagatelas que sólo tienen en común la espera desesperada y desoladora.

Como polichinelas de triste gesto, aguardamos esas interminables filas que construimos con nuestros cuerpos, como hormigas cortadoras de hojas de recuerdos y vidas rotas. Sólo me cabe desear todo el ánimo para los que sufren el desempleo en sus carnes, dentro de su desgracia aún tienen palabras para los moribundos por el zarpazo de la exclusión, que no distingue edades y carece de moral. Las sombras chinescas nos siguen confundiendo en la caverna plutoniana. Todavía nos quedan muchas filas que soportar hasta que alguien las rompa. Mientras tendremos que seguir elucubrando, pagando los cuarenta mil millones que les han prestado a la banca y los otros tantos que robaron otros. Esto es lo que hay cuando unos cuantos han empleado su tiempo en joder al resto.

Los trileros del poder, los nuevos oráculos, nos dicen ahora que el próximo recorte de cuello lo padecerán de nuevo los funcionarios y los pensionistas. Portugal es un aviso de lo que vendrá, porque aún no hemos terminado. Mientras que aguardamos filas, hasta para orinar, el temporal no amaina y amenaza como Saturno con fagocitar a los más débiles e incapaces, a todos aquellos emboscados en la duda incierta de una crisis creada y sesgadora. Las excusas esconden la verdadera intención de los voceros, transformar la sociedad al antojo de unos pocos. No se dice, se percibe.

Embelesados por falsas promesas, al fulgor de las luces de neón, hemos olvidado el merjet egipcio en la noche de Edfu. No sabemos ni queremos comprender el significado de las palabras que nos asaltan en los cruces de caminos, al ritmo atemporal de la sombra fluctuante del viejo reloj solar. Sabiendo que no existiremos para siempre, vivimos instalados en el instante, saboreando esa pegajosa realidad que nos esclaviza, que detestamos pero no hacemos nada para cambiarla. Continuamos en ese bar nocturno, de vasos vacíos y lascivas miradas, que lamen falos de hombres sin moral y adoran becerros de oro , manchados de vómitos y existencias vacías.

Cronos nos sigue señalando con el dedo, siempre ha estado ahí. Huyó del Tártaro para sincronizar nuestras vidas como si manecillas de reloj se tratase. Como canta mi venerado Manolo García, quien no ha hecho del instante un recuerdo, mientras observa al afilador: que sin descansar, pule lentamente, las líneas de mi mano, las líneas de mi frente. 

Mientras nos pensamos asesinar a la almohada por todo lo que sabe de nosotros, lo que aún queda de nuestra economía, encadena siete trimestres de retroceso. El estertor de la armonía ensordece nuestros oídos y nubla las mentes. No se puede cambiar el pasado, pero sí podemos llenar aún la nevera. El futuro que palpamos a tientas sigue siendo nuestro, tanto como la lapidaria frase bíblica: “Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris”.

Penosa resulta la trayectoria de muchos de los elegidos para cambiar todo esto, de esos poderosos que cierran sus ventanas al ruido de la calle. Mucho me temo que serán los últimos en enterarse que ya terminó su tiempo, que ya cuelga el carte “The End” en los títulos de crédito. No superarán seguro el test del Doctor Duncan MacDougall o la prueba de la pluma y la balanza del dios chacal Anubis, grabada a sangre y fuego sobre el basalto de la noche de los tiempos.

El cronómetro marca nuestro ritmo vital, mientras avanzamos como autómatas por oscuras calles, con la cabeza gacha, clavada en avanzados teléfonos celulares, idiotizados por el exceso de información manipulada y el desinterés por bandera Y mientras tanto las manos en los bolsillos, en vez de devolver del lodo a la vida las viejas figuras criselefantinas. Tal vez al final sólo nos queden las lenguas afiladas de unos cuantos cantamañanas, que sabiendo o imaginando lo que se avecina, sólo buscan protagonismo y no soluciones.

La relatividad del tiempo, esa lucha entre el reloj biológico y el tiempo objetivo y cuántico, regidor del cosmos, estiraba los días de nuestra niñez y volatiliza los de nuestra edad adulta. Cuan misterioso y tiránico es el tiempo que vivimos, que para nosotros una mosca vive días, pero esos días para la mosca son ochenta años de la nuestra. Sentido del tiempo, canal incomprensible que nos une al apego, por qué será que cuanto más conscientes somos de tu presencia, más lento transcurres.

Reflexionen: Nuestra profecía es nuestra memoria. Despertamos cada mañana con un mundo de posibilidades en nuestras manos. No podemos cambiar el pasado, pero si el futuro de ese tempus fugile. Y recuerden siempre, con los ojos del niño que fueron, que el candor de lo que no es y ya no será, encuentra sus rescoldos en los poemas de autores – como el jerezano Caballero Bonald-, que sabiamente recoge los ecos de Cronos, para susurrarnos al oído: “ Somos el tiempo que nos queda”.

( Poesía contra los Desahucios de la Razón )

VENID A LA LUZ DEL ALBA

 

Esa luz en que anidan las alondras,

que irradia de la lluvia y del sudor

de los cuchillos, que incumbe

al alba y a sus macilentas

predicciones,

 ¿es la misma que ahora

arriba desde el mar, transita

entre los pájaros, profana

la intimidad de los cristales?

 

Sellan las sombras sus litigios

y todo ronda al fin la mansedumbre.

Vida mía y mi descanso,

venid a la luz del alba.

VENGO DE LA PALABRA.

Vengo de una palabra y voy a otra

errática palabra y soy esas palabras

que mutuamente se desunen y soy

el tramo en que se juntan

como los bordes negros del relámpago

y soy también esas beligerancias de la vida

que proponen a veces una simulación de la verdad.

Semejante a la noche, vengo

del negro y voy al blanco y busco

dispensarme de mí con ese blanco y nunca

llego a ser lo que yo más deseo:

esa palabra suficiente que precede a la última.

José Manuel Caballero Bonald, poeta y novelista – Premio Cervantes 2012, Jerez de la Frontera – Cádiz ( 1926 ).

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