Y dos pasitos hacia atrás, esta es la sensación que realmente tenemos. Cuando entramos en el confinamiento lo hicimos cargados de esperanza y, ahora, salimos de un verano bastante turbulento y con la tremenda sensación de que un segundo confinamiento puede ser el Apocalipsis. Cuando entramos en la pandemia lo hicimos con la convicción de llevar a cabo las prioridades vitales y seguimos en esa pandemia sin haber invertido nada en lo fundamental. Los colegios vuelven a lo mismo y a los diferentes gobiernos no se les ha ocurrido modificar para nada las comunicaciones educativas a la vista de lo que nos espera.
Los centros médicos tenían sus fallos pero es que, ahora, es peor porque no tienen más tiempo que para el coronavirus, como si el personal no se muriera ahora de lo mismo que de toda la vida.
En estos tiempos de coronavirus deberíamos haber aprendido a convertirnos en una piña pese al distanciamiento al que estábamos sometidos, pero lo del distanciamiento nos lo hemos tomado al pie de la letra y lo único que hemos aumentado es el individualismo.
Deberíamos haber aprendido tantas cosas, todos, que hoy, desgraciadamente, nos despertamos con la desesperanza cuando deberíamos haber dado esos dos pasitos adelante.
Pero quizás estemos a tiempo todavía porque la luz de la voluntad es mucho más fuerte que el oscurantismo al que nos puedan llevar todos los virus. Quizás ya, la responsabilidad será de todos nosotros a la vista de que no podemos depender de la responsabilidad que deberían tener quienes nos gobiernan.
Deberíamos hacer todo lo contrario de lo que dice la soleá de José Luis Rodríguez Ojeda que se nos clava en el corazón de nuestro propio futuro: “Gustarme me gusta poco/ este camino que llevo/ pero ya no tengo otro.
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