Bartolo, “el Pájaro”

La vida te cruza en el camino a personas genuinas. Esas que aportan lo que el paso de la vida sólo puede generar. Esas cuyo rostro rezume vida, capaces de transmitir lo que un libro no puede dar. Así es la persona cuya pedagógica vida vamos a reseñar.

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Bartolomé Herrera Calvente, conocido como Bartolo “el Pájaro”, nació el dieciséis de Marzo de 1943, en la finca de San Carlos del Tiradero (Los Barrios), ubicada en pleno corazón del Parque Natural de Los Alcornocales.

Es el sexto de nueve hermanos. Criado en el seno de una familia humilde, tuvo una dura infancia. Su época, y la precaria situación económica de su casa, propiciaron que se curtiera en el mundo laboral desde muy temprana edad.

Junto a sus Padres y hermanos vivió su infancia en el Tiradero, a escasos metros del Cortijo de Tejas Verdes. Dos chozas contiguas de doce metros cuadrados cada una formaban el hogar familiar. En una de ellas pernoctaban sus seis hermanas, y en la otra él junto a sus dos hermanos.

A los 6 años, ya ayudaba a su padre y familia en tareas de carboneo, saca de corruca y venta de poleo. Para esta última, se servía de un burro con el que transportaba hasta dos arrobas de género a los puntos de venta del Puente Hierro o Facinas.

Con 11 años se ganó su primer jornal, fueron 25 pesetas diarias a repartir con su primo Juan Antonio, por recoger monte para su quema. Para él, trabajar en el campo resultaba muy duro, jornadas intensas en las que no existían los sábados ni los domingos, sólo se descansaba el Viernes Santo.

Bartolo relata la dureza de los fríos y lluviosos inviernos del Tiradero. Todo se hacía difícil sin dinero, sólo vestía con lo puesto, no había otra muda de ropa. Si se mojaba se quedaba mojado y era al llegar la noche cuando su madre se encargaba de encender la candela y secar la ropa de todos.

Desde niño eran frecuentes las idas y venidas al pueblo a por la compra. Bartolo narra con detalle y entusiasmo el itinerario de sus trayectos, con especial alusión a su paso por los tres Molinos (alto, medio y bajo), y por el cortijo del Bálsamo. Eran unos veinticinco kilómetros de ida y vuelta, y los hacía a pie o en burro.

Bartolo define su vida en el campo como de mucha miseria, su familia casi no tenía para comer. Sin posibilidad de ir a la escuela, su vida se limitaba a sobrevivir, pero a pesar de ello reconoce haber tenido una infancia feliz. Recuerda con especial cariño las pelotas de trapo que le cosía su hermana para jugar.

A los 21 años se trasladó al pueblo, Los Barrios. La vida urbana supuso un giro radical en su vida. En el pueblo entabló su primer grupo de amigos. Para él, la existencia de cine, médico, tiendas o transporte resultaba llamativa. Sin lugar a dudas su nueva vida se tradujo en oportunidades y progreso.

Bartolo cuenta con mucho orgullo el origen de su apodo. Fue su bisabuelo, Antonio, el que se dedicaba en Facinas a la caza de pajaritos para su venta, de ahí el apodo del “Pájaro”.

A lo largo de su vida ha ejercido dos profesiones, corchero y encofrador. De la primera cuenta que salió de novicio a los 16 años de edad durante el descorche de la finca la Gredera, y en la segunda se inició una vez afincado en Los Barrios.

Conserva una brillante e inquebrantada memoria, que le permite, además de poder describir palmo a palmo su añorado Tiradero, recitar poesías de su época. Sirva de ilustración un fragmento de la poesía que un tal Pablo “Zolapa” compuso en el descorche de San Carlos del Tiradero del año 1953.

Se vino con el Naranjero
un muchacho de Algeciras
a las corchas del Tiradero
y días antes de salir
de Los Barrios para arriba
buscó de mozo Zocato, Perniles y Saliva,
y de cocinera se trajo a Paca la Colilla,
y a su madre se la trajo “pa” sentarla en una silla
y le llevara el control

En el año 2017, Bartolo y su primo Juan decidieron restaurar el derruido horno de pan familiar que su abuelo construyó entre finales del siglo XIX y primeros del siglo XX. Ubicado en la vía pecuaria que discurre entre el Jaramillo y Tarifa, a la altura de la finca de Ojén, eran veinte las teleras de pan de dos kilogramos las que se podían hornear en su interior. Visitar el restaurado horno junto a Bartolo supone la grata experiencia de retrotraerse en el tiempo, y poder vislumbrar a través de su mirada la esencia de aquel niño feliz.

A sus 77 años y con una vitalidad admirable, continúa con su humilde vida dedicándola a su familia, amigos y disfrutando de su huerto, aunque realmente lo que le sigue apasionando son los reencuentros con sus orígenes, sus visitas a su querido Tiradero. Apenas surge la oportunidad, ¡allí va Bartolo!. Como bien dice él: “yo tengo mucha fe en el Tiradero”.

Gracias por regalarnos el relato de toda una lección de vida.

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