Monte de la Torre

Ben Harás

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Aquella tarde de otoño Toñito estaba   haciendo deberes de geografía en la casa de sus abuelos. El abuelo, para darle ejemplo, leía un libro de historia, aunque era sexagenario aún no precisaba de lentes para la lectura.  Cerró el manual y, mirando como su nieto respondía por escrito a aquellas actividades que eran relativas a los ríos, le dijo:

“¿A qué no te ha contado el/la profesor/a que imparte la materia el origen de las aguas fluviales?”

El niño con prontitud respondió:

¡Sí, abuelo! Son…

El señor Paco interrumpiéndole le dice:

“Eso es verdad, pero yo te voy a contar una leyenda que da otra versión.  Ven hasta la terraza. Quiero narrarte esta historia mirando para nuestros montes   y, en concreto, la   zona ubérrima conocida como Benharás, pues ahí es donde nace este cuento.”

El niño miraba pasmado hacia aquel respaldo orográfico y, con expectación, sin abrir la boca, escuchaba lo que el abuelo le iba a contar. En tanto, el Sol otoñal, como cansado de dar luz, de tanto trabajar ese día, se iba ocultando tras la sierra para dejar que las luces artificiales empezaran a laborar y las naturales de las estrellas llenaran el cielo de centelleantes puntos que, parecían faros de lejanos barcos anclados en ese mar inmenso que se llama firmamento.   

No hizo falta que Toñito sentado a su lado   impaciente dijera:

– “¡Venga, cuenta!” 

El hombre comenzó:

“En esos terrenos, todos esos montes y llanos que vemos, hace muchísimos años eran posesión de un moro   muy cruel y malo   que tenía todos esos terrenos baldíos, dominados por plantas silvestres y cardos entre los que pululaban reptiles y animales salvajes.  Sus sirvientes vivían en las  condiciones  más infrahumanas, se morían  de  hambre  y necesidad  en aquel desierto  de pobreza  que era  una tierra  sin cultivar, en tanto él, vivía  placenteramente  en su fortaleza  que era  como  una  isla  en un piélago  de miseria. Exclusivamente se dedicaba a  guerrear  y cazar. 

Un día  en una  de sus múltiples  cacerías  salió  inesperadamente de entre  la  fronda  un ciervo  jamás  visto, un ejemplar  prodigioso. Quedó contemplándolo y  el  esbelto animal, para  sorpresa  suya esto le dijo:

“No me mates, Ben Harás”

Él,  sin salir  de su asombro, le preguntó:

“¿Por qué  me  llamas  así?  Mi nombre es Alí, así me conocen todos”.

El  rumiante de astas  grandiosas  le respondió:

“Cuando mueras, en tu otra  vida  serás  llamado  Ben Harás”

Cansado de oírle el déspota seño  sacó del carcaj  una flecha  y  en el corazón  del animal  haciendo  certera  diana  la clavó. Al ver que yacía en el suelo  espoleó  a su caballo  lleno de júbilo  y gritando  por ser  el que mejor  pieza  logró en esa cacería. Al descabalgar e ir y tocar  al ciervo  este se convirtió  en una  imponente roca. Cuando llegaron los demás miembros de la montería solamente les dijo:

– “Le di, pero escapó herido “

Al no ver  rastro de sangre  por ningún sitio  nadie le creyó.  Marcharon, pero desde  aquel día  Alí  nunca más  quiso salir  a  cazar   y,  desde  las almenas de su castillo  miraba  aquella peña  y sentía miedo  sobre todo  cuando  la  veía envuelta en las invernales nieblas. Decidió cambiar su vida  y  su fortaleza  se torno en un ribat  y él  en un sufita  dedicado a la oración. Un día  llamó  a  su consejero  y le dijo:

– “Como no tengo hijos, cuando muera  deseo que  estos terrenos  se repartan  entre  todos  los que  me sirvieron  y  si  ese río , el que va entre cañas,  no tuviera  suficiente agua, mi misma sangre  los regará  y yo deseo ser  enterrado  allá, a los pies  de  aquella  alta  peña.”

Recogió por escrito  esas últimas peticiones  su fiel servidor   y,  a los pocos meses,  encontraron en  su aposento  a  Alí  muerto. 

Una fúnebre comitiva subió en adornados y luctuosos carros el féretro del señor a la montaña y allí, junto a  aquella piedra,  lo enterraron  y entonces  , cual silbo de viento,  se oyó un espeluznante grito:

– “Bienvenido, Ben Harás”!

También, como estipuló en su última voluntad, aquellas tierras fueran convertidas  en parcelas  y repartidas   en lotes  a sus criados pero estos,  al tomar  posesión de  su propiedad, decían.

“Muy bien, pero nos  falta  agua, estos  son terrenos  muy yermos  y el Río de  Las  Cañas  es salado  hasta aquí es  brazo  de mar”

En esos momentos   se oyó  una  casi escatológica voz  que decía:

“Ben Harás os dará la más dulce  agua”

Asombrados quedaron  cuando vieron  que,  de  aquella  boscosa montaña,  bajaba  un  placentero y dulce  arroyo que regaba  aquellos  campos  haciéndolos  los  más  fértiles y  es  que  cuando  entró en contacto el cuerpo de Alí  con la  roca  se tornó en inagotable  fuente  de bien  de la  que manaba  un caudaloso arroyo  para  hacer  ubérrimo  lo que  en su día  era  estéril  como él. A esa corriente de agua  llamaron  Ben Harás.

 Toñito, esta leyenda viene  a decir  que,  en la  vida, los que  son pozos  secos  de sentimientos  cuando mueren , su alma  no descansa  repartiendo  bienes  por eso;  hay que hacer  siempre  buenas obras  para no tener  que quedar  en la otra vida  convertido  en peregrino río.

 Eso son las corrientes fluviales, seres  que arrepentidos  se consagran  a ofrecer  la  mejor agua  a todos  los   que  hacen el camino de la vida.”

Terminó el abuelo y, al mirar para el niño este se había dormido.  Cogiéndolo en sus brazos lo llevó a la cama y la abuela Pepa le comentó:

– “Por tu culpa mañana le reprenderán  porque no hizo los deberes”

El señor Paco respondió:

“Esos hay tiempo para realizarlos todo el curso, pero nosotros los abuelos tenemos que aprovechar el poco que resulta tene  en casa  a nuestros  queridos nietos  para ir sembrando palabras  sentimentales  en sus  parcelas humanas. Nuestros consejos e historias les ayudarán a crecer valorando lo que mañana ellos han de cultivar, el patrimonio de cultura local que siempre será regado por nuestro Benharás.”   

(A mi hermano y sus nietos)

     

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