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Conspiradores contra Conspiranoicos

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La Real Academia de la Lengua Española define al verbo “conspirar” como la acción de varias personas que se unen contra un particular para hacerle daño. La Wikipedia, lógicamente, es mucho más prolija en la explicación del término, que asimila a “entendimiento secreto” y que relaciona con sus casi sinónimos conjura y complot.

No descubro nada si afirmo que la historia de la humanidad está plagada de conspiraciones, al menos la historia convencional, la referida al devenir del poder y los poderosos, no tanto la de las personas comunes y corrientes. De hecho, podría decirse que nuestra historia es poco más que una sucesión permanente de complots, traiciones, de conspiraciones. ¿Por qué entonces hoy está tan mal visto hablar de conspiraciones? ¿por qué ser tachado de conspiranoico es poco menos que un insulto?

De nuevo tenemos que hablar del poder y de la visión unidimensional que pretende imponer de las cosas. Para George Bush eran conspiranoicos quienes denunciábamos que el Pentágono había fabricado pruebas falsas para acusar a Sadam Hussein de tener armas químicas con el objetivo de justificar una guerra de agresión ilegal e inhumana. ¿Y acaso no teníamos razón? Si acusas a un conspirador, este te tilda automáticamente de conspiranoico para no admitir su implicación en la conjura, de igual manera que el intoxicador, el mentiroso compulsivo, tacha de fake new cada noticia que no le conviene. Cada intento norteamericano de organizar un golpe de estado contra Venezuela o un magnicidio contra sus dirigentes es una pura conspiración. Cada intento de asesinato de Fidel Castro fue una conspiración. Hablar de programa nuclear militar iraní para justificar el bloqueo del país es una conspiración. Las revoluciones de colores y las primaveras árabes son el fruto de varias conspiraciones, como han reconocido sus organizadores y financiadores en múltiples ocasiones.

Otra cosa distinta es que veamos conspiraciones absurdas en cualquier plano de nuestra existencia, que nos apuntemos a creer que el hombre no llegó jamás a la luna, que el Covid-19 se activa por las emisiones de ondas del 5G, que nos fumigan diariamente con aviones, que la tierra es plana y que las vacunas son un experimento en masa que provocan autismo como efecto secundario. Internet está lleno de historias absurdas que no resistirían un mínimo análisis serio, no digamos científico. Pero ese es otro cantar.

Es lógico que desconfiemos por sistema de los poderosos, especialmente de gobiernos y organismos internacionales. Buena parte de su actividad, como la de sus servicios de inteligencia, se mantiene intencionadamente en las sombras, en el secretismo mas absoluto y fuera de todo control democrático. El caso de los vuelos secretos de la CIA hacia cárceles secretas donde se torturaba a presos, contraviniendo el obligado respeto a la Declaración de los Derechos Humanos es sintomática de lo que afirmamos, por cuánto salpicó a multitud de países de los considerados democráticos en todo el mundo.

Las cloacas del estado en nuestro país han estado en el candelero recientemente por las informaciones desveladas sobre las campañas de insidias orquestadas entre servicios de inteligencia y medios de comunicación, contra partidos progresistas e independentistas para restarles el favor de la opinión pública. En los EEUU pasa algo parecido contra lo que siempre hemos llamado estado profundo, el verdadero poder dentro de la nación más poderosa del mundo, hoy llamada resistencia, por su labor de zapa contra el gobierno de un reconocido outsider como Trump, sin vinculación ni muchas obediencias con el establishment norteamericano.

Otro tanto ocurre con las grandes multinacionales, que en muchos casos acumulan mas poder que buena parte de los estados del mundo. Su capacidad para comprar voluntades o para gobernar sobre la clase política de manera subrepticia y sin presentarse a las elecciones, las convierte en ejecutores de entendimientos secretos permanentes para favorecer sus cuentas de resultados, aún cuando ello contravenga el interés general. Recordemos el caso de la pandemia de gripe A, que solo fue un montaje para ganar millones en vacunas orquestado por las farmacéuticas. En el estado español pagamos una de las electricidades más caras de la Europa continental y, durante años, legislamos un impuesto al sol que era el hazmerreír del mundo, solo porque las compañías eléctricas y energéticas son el retiro dorado de la clase política española. Mientras, durante años, la pobreza y la desigualdad campaban a sus anchas por España, los bancos recibieron decenas de miles de millones de las arcas de sanidad, educación o del saqueo del estado exiguo de bienestar que tenemos, que nunca jamás piensan devolver y que ha dejado a nuestra sociedad muy tocada por decenios, mientras que la banca presenta ganancias que no piensa en compartir con nadie. De la Unión Europea de los lobbys, para qué hablar, usando políticas de comunicación y disuasión, de puertas giratorias, informes científicos por encargo, cuando no de corruptelas evidentes, los lobbies consiguen legislar en función de sus propios intereses sin ningún tipo de transparencia. Claro que, si todo un presidente de la Comisión Europea está acusado de montar estrategias para impedir el pago de impuestos en Europa a multinacionales norteamericanas, apaga y vámonos. Todo está perdido.

Lo antedicho se consigue conspirando, maquinando en secreto, con muchas connivencias y corruptelas, con mordidas, sobornos, amenazas, a veces con el concurso necesario de los medios de comunicación de masas para servir de altavoz a las edulcoradas versiones de los hechos preparadas para amansar a la opinión pública. La búsqueda de la verdad más allá de lo que nos cuentan, quizá nos convierta a todos en algo conspiranoicos, pero cuando es en boca del poder o de uno de sus brazos quien sale esa palabra, pensad que es un verdadero conspirador pretendiendo tapar sus manejos inconfesables.

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