Ensayo sobre la lucidez

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Unos por otros y la casa sin barrer. O… entre todos la mataron y ella solita se murió. Son dos conocidos proverbios de nuestro sabio refranero popular que me han venido a la memoria en el momento de empezar esta reflexión sobre el tema estrella del panorama político actual: la repetición de las elecciones generales el próximo mes de noviembre, por cuarta vez en los últimos cuatro años, como consecuencia de la irresponsabilidad e incapacidad manifiestas y contrastadas de todos nuestros políticos –y hablo de todos, o casi todos–, exceptuando a los cabezas visibles de PNV y ERC, que –válgame la ironía– da la impresión de que son los que más sentido de estado han demostrado, tal como está el cotarro.

Igualmente, lamentable e indignante son dos adjetivos que, a veces ni siquiera sé exactamente por qué, retumban como el eco a menudo en mi cerebro –seguro que en más de una ocasión he debido utilizarlos en este mismo espacio para algún otro artículo– y que describen muy bien cuál es mi opinión –no muy distinta a la de otros muchos ciudadanos– respecto al triste espectáculo que nos han brindado en esta corta legislatura, que va a concluir sin apenas haberse iniciado, nuestros muy queridísimos diputados en el Congreso, aquellos que tienen por misión, y cobran una buena pasta para ello, defender el interés público antes que el interés partidista.

No se escapa ninguno. Ninguno al menos de las cuatro grandes formaciones políticas en cuyas manos estaba la posibilidad de que se conformase gobierno. Para escurrir el bulto, y de paso activar el “modo campaña”, ya han comenzado a tirarse piedras. Aunque lo de “comenzar” es un decir, porque, en realidad, llevan haciéndolo –tirarse piedras y lo que no son piedras– desde ya no se sabe ni cuándo. Y lo de que “han activado el modo campaña” también es otro decir, puesto que están en ese plan desde 2015, e incluso afirmaría que desde 2014, si me apuran.

Ahora los forofos de turno ya se han puesto a dar la tabarra a través de los medios y las redes sociales practicando religiosamente el culto a su líder y tratando de justificar lo injustificable, sin importarles lo más mínimo que ese líder se haya comportado como un auténtico inepto, pero… –¿qué quieren que les diga?– a mi edad yo ya no estoy para esas.

A tenor de lo ocurrido durante el último lustro, queda bastante patente la necesidad de hacer cambios legislativos en nuestro procedimiento para la designación de nuestros gobernantes en aras de la estabilidad, con modelos que primen a la mayoría, o similar –¿la vuelta a un bipartidismo ponderado en toda regla, no solo de hecho, sino también de derecho?–, aunque ello vaya en detrimento de la representatividad, la pluralidad y el consenso. Pero, claro, para eso hace falta primero que con las actuales normas de juego en vigor se pueda llegar a pactos que permitan modificarlas. Y, visto como está el patio, tal objetivo se nos antoja un imposible.

Así las cosas, la verdad es que dan ganas de quitarse de en medio. O actuar como actuaron los personajes de aquella célebre novela de Saramago cuyo título utilizo para encabezar esta columna. Esto es, ponernos todos de acuerdo para votar en blanco y mandar el sistema a hacer puñetas, si no fuera por aquello de que se corre el riesgo de que pueda ser peor el remedio que la enfermedad.

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