Las zonas erógenas

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Manolo Ríos Rojas | Diplomado Universitario en Enfermería

Las sociedades humanas de todas las épocas han conocido una serie de normas para regular, de forma más o menos estricta, el comportamiento de los individuos que las componen. La sexualidad no podía constituir la excepción en este ordenamiento, sólo que sus pautas de consideración social han sido muy distintas según las épocas.

Contrariamente a lo que se supone, la vida sexual en la prehistoria no debió estar dominada por una promiscuidad sin límites, sino sometida también a ciertas reglas. Según parece, en un principio existió una monogamia natural, similar a la de ciertos animales, cuyo fin era sin duda servir de instrumento necesario para el incremento y cuidado de la prole. Posteriormente, la situación variaría hacia la poliandria y la poligamia, adquiriendo la mujer una posición social importante como creadora de bienes para la comunidad: los hijos. Lo más probable, así las cosas, es que no se ejerciera sobre ella ningún tipo de violencia sexual, respetándose en todo momento su actitud hacia el acto de procrear. Con las primeras civilizaciones , y el inicio de la historia escrita, la perspectiva de la sexualidad se diversifica. El antiguo Egipto fue relativamente permisivo en materia sexual. La mujer era teóricamente igual al varón, e incluso privilegiada desde el punto de vista de su consideración social. El incesto aún no había sido prohibido y eran frecuentes los matrimonios entre hermanos, especialmente en las familias reales.

En Babilonia, en cambio, dominó la represión sexual. La situación de la mujer llegó a convertirse en desastrosa, limitándose al papel de objeto de placer y “productora” de hijos. La monogamia era estricta, aunque el hombre pudiera tener concubinas legales, y los crímenes sexuales se castigaban con dureza, la mujer adúltera era arrojada al agua junto con su amante, o bien, se le cortaba a ella la nariz y el era castrado.

En Israel, no anduvieron mejor las cosas. El matrimonio se consideraba prácticamente un deber, así como la procreación, condenándose todas las prácticas sexuales no dirigidas hacia tal fin. La fidelidad tenía carácter imperativo para la mujer, pero no para el varón. De hecho, la prostitución era algo muy extendido, aunque sin las connotaciones negativas que hoy posee, ya que se consideraba en cierto modo como un servicio público: estaba a disposición de los viajeros que no llevaban a sus esposas.

En la India la subordinación de la mujer al hombre era total, hasta el punto que determinadas sectas le imponían el sacrificio en la misma pira funeraria de su marido como muestra de fidelidad en el matrimonio.

En Grecia y Roma las cosas cambiaron de signo. Entre los griegos se daba gran importancia al matrimonio , pero desde un punto de vista de comunidad económica y social, el placer se buscaba fuera de él, en la prostitución, especialmente en el caso de los varones, y la homosexualidad no preferente estuvo también bastante extendida. ( Platón afirmaba que el amor ideal sólo podía existir entre hombres). En Roma, el divorcio era cosa fácil y las relaciones extramatrimoniales , tanto masculinas como femeninas, quedaban normalmente excusadas como expresiones de una sexualidad que se consideraba necesidad natural.

La irrupción del Cristianismo trajo consigo un bagaje de ideas restrictivas en este terreno. La monogamia pasó a ser estricta, el matrimonio indisoluble y la prohibición de las relaciones extramatrimoniales radical. La castidad, incluso dentro del matrimonio, se entendía como la supresión de la búsqueda de placer sexual; el coito era necesario sólo para la procreación , pero debía transcurrir con la menor cantidad de placer posible, ya que éste estaba íntimamente relacionado con el pecado. San Agustín llegaba a decir: “ Mi madre me concibió mediante el pecado”: Así surgió la dicotomía del espíritu ( Cristo) contra la carne( Satanás), hasta el punto de que la mera contemplación del cuerpo desnudo resultaba impúdica , relacionada siempre con sexualidad y vicio. La homosexualidad , por su parte, pasó a considerarse como unas de las mayores aberraciones sexuales.

Ni qué decir tiene que la posición de la mujer quedó reducida a un estado de inferioridad respecto al varón. Su única función a partir de entonces pasó a hacer la de esposa y madre. La castidad era reputada como necesaria tanto para el varón como para la mujer, pero, de hecho, el primero gozaría siempre en la práctica de una mayor permisividad sexual.

Desde mediados del siglo XIX, la llamada civilización occidental comenzaría a experimentar los primeros grandes cambios en el terreno de las costumbres sexuales. La revolución sexual se vería favorecida por los grandes avances científicos y tecnológicos, así como por la progresiva emancipación femenina en el terreno laboral- por ende, en su disponibilidad económica- y por la toma de conciencia de algunos varones de la discriminación social de la mujer respecto a ellos en la vida cotidiana. Esta revolución incruenta intenta sentar las bases de una nueva moral sexual que reivindica el derecho al amor y a la felicidad, la eliminación de la discriminación que pesa sobre la mujer y el derecho a una vida sexual sin más normas que el respeto debido a la propia persona y a los demás.

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