A la sombra del sombrajo

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( Al sombrajo de mi casa,
nuestra Andalucía del alma;
siempre de puertas abiertas, y ofreciendo la sombra mejor
al que viene, al que marcha y al que se queda en este bello rincón )

Vaya este costumbrista poema dedicado
a nuestra tierra querida
pues, toda ella es el sombrajo de alegría
de España y de todo el que allí ha nacido o estado .
Sus soportes son de la naturaleza más sólida,
las mismas Columnas de Hércules, a uno y otro lado,
y las montañas de Sierra Morena y Béticas llenas de historia y vida
y, cual si fuera alta parra, pero con la nieve por sombrero albo,
sobresale, entre el verdor de los montes, el Mulhacén
para demostrar que en este sombrajo de bien
es él quien lo cubre, casi al cien por cien.

En nuestro Campo
no había ni cortijo ni chozo
que no tuviera en su frente esa visera
ante su puerta de entrada, cubriéndolo casi todo.
Cuatro fuertes palos de acebuche o quejigo,
cual singulares atlantes, soportan el peso del maderamen de otros.
La cubierta de brezo, bien trenzados sus haces y cosidos
para que no pase, ni gota de lluvia, ni rayo de sol.

A la sombra del sombrajo,
bajo él, una mesa de madera de pino,
con naveta o cajón incluido,
donde está la cubertería humilde y el mismo pan metido,
aguardando que , sobre ella pongan unos vasos de vino
y para tapeo, de queso, jamón y buen chorizo, llenos los platos
y también , que no falte el gazpacho en su dornillo
Presidiendo la mesa, en su centro mismo,
se levanta el orondo botijo
lleno de agua fresca de los muchos manantiales que hay en aquellos riscos.
Aguarda el socorrido recipiente, blanco o rojizo,
que llegue quien, apagar quiera la sed que trae de hacer camino.
Cuatro sillas de eneas, algún banco de piedra o madera,
sobran y bastan para los que llegan.

A la sombra del sombrajo,
sentado en alguna de ellas, un hombre que dormita
con su gorra calada hasta las cejas,
una radio que da noticias que nadie escucha
o emite una música que no es bailable;
a no ser por el perro que agita la cola, con pereza, tumbado
cerca de aquel cacho de cántaro que, un día
rompió, por culpa de amoríos juveniles aquella distraída chica,
y hoy, en una esquina, sigue conteniendo el líquido elemento
para que beban el gato, el perro
( cualquier animal doméstico)
o refresque las manos el que las trae ardiendo de roturar el monte o el huerto .
Colgando de la techumbre . cual si fuera péndulo,
una jaula y dentro, un singular preso,
un jilguero que está , dado el calor, mejor allí dentro
que fuera, buscando el grano que allí tiene bien seguro.
Trina el pajarillo y le responde el coro de las chicharras,
esa coral tan típica en el estío que infunde más sopor al cantar
y el hombre que dormitaba, lanza
unos flamencos cantos esperando que alguien de la casa salga,
coja la guitarra que hay en uno de los bancos
y toque unas bulerías , tangos o tientos
que alguna chica, o no tan chica, se anime y empiece con zapateos
y ya tengamos un rato de dicha y alegría
porque si no, nos dormimos y, los sueños
pueden ser de terribles pesadillas
y, a la sombra del sombrajo solo puede haber tertulias sanas,
una partida de cartas entre amigos, sin perder y siempre ganar,
la ya segura baza de una sólida amistad.
Una conversación distendida
teniendo por testigo a un vaso de vino
mientras las macetas que cuelgan de la pared de la casa
resaltan con su variada policromía sobre cal inmaculada y blanca
y algún lacértigo, sin miedo a la calor, trepa por la pared
consciente de que por esa nieve alba al suelo no cae ;
y la grandiosa parra, en una de las esquinas,
como reforzando a uno de los palos del sombrajo,
retorcida , cual serpiente encantada, se yergue majestuosa encima
de nuestras cabezas, extendiendo sus verdes pámpanos
o algún racimo de deliciosas uvas negras o blanquitas.

A la sombra del sombrajo,
cuando el sol está en lo alto
y aprieta de lo lindo el rey astro,
bien se duerme una buena siesta o se echa un cigarro
con quien, en voz ,casi de reto,
nos lo ofrece diciendo:” ¡vaya uno, maestro!”
vaya uno, o un montón , si se tercia y estamos a gusto
charlando y esperando que caiga la tarde
mientras, de la “viuda”, la cafetera, cual si fuera sahumerio,
sale un tufillo, un aroma, que inunda el ambiente y, muy calentito,
los allí presentes, tomamos unas tazas del buen café
servido con la hospitalidad que brinda el que dice ser
un paisano, un jornalero, un trabajador de a pie,
en resumen, un andaluz que a su tierra, hasta la muerte le será fiel.

A la sombra del sombrajo,
ata la caballería a un palo o arrendadero el recovero que llega
y vender algo de sus serones espera;
muy locuaz, habla de muchas cosas y, de ninguna en concreto.
Viene de cargar, según él, en el Peñón, aunque vive cerca
en la Línea, San Roque o cualquier otro pueblo donde su familia le espera
para que retorne con algún dinero hecho con la venta
de los artículos que, a lomos del burro o mulo lleva.
El ambulante vendedor trae y lleva noticias,
un singular corresponsal de la vida campesina,
y también pilas para el receptor, el mechero y mismo pan y mantequilla
junto con, pañuelos o medias para la abuela y la niña
y les compra huevos, cabritos o pollos
para, llevar de vuelta a vender en el primer zoco.

A la sombra del sombrajo,
cuánto la lengua de unos y otros trabaja.
Todos hacen allí vida,
En esa singular ágora donde se platica
y la casa solamente la pisan
al irse el sol, cuando, envuelta en el manto de sombras, llega la anochecida
aunque, en muchos casos también a gusto quedan al fresquito
escuchando el amenazante silbido de algún mosquito
y el cencerro de las cabras del rebaño
que, en el redil toca cual campana que da el aviso
de que ya llega la aurora de un nuevo día de trabajo.

A la sombra del sombrajo,
con sus lonas bien blancas y su sombrero en la mano,
sentado aguarda, con una silla vacía al lado,
el mozo gañán de una alquería.
Espera, en esa tarde que declina ya,
y el sol, tras los montes a dormir se va,
que llegue la moza que, a su lado se sentará
y, si consiguen eludir la vigilancia
del pequeño/a que por allí, haciendo que juega les mira,
se darán un furtivo beso que no es robado
pero si, muy laborioso y trabajado
y , en el mayor de los casos,
ahí se gesta una pareja que,antes de un año,
no pasado mucho tiempo, estarán casados,
viviendo en otra casita y a la sombra de otro sombrajo
que esperemos les dure y no les caigan nunca los palos encima;
por el bien de ellos y de los hijos, que juegan a las cuatro esquinas,
sin saber, que muchos palos les dará la vida;
pero, como el andaluz es ocurrente y tiene buenas salidas,
aunque le caigan algunos, siempre montará otro con regocijo y alegría
porque bien sabe que, a la sombra del sombrajo, feliz se pasa la vida
mirando al cielo y a las sierras
lanza un profundo suspiro diciendo:
“ Que sea lo que Dios quiera!!”.

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