El paraguas del amor

Monte de la Torre

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(Todo niño debe gozar del mejor paraguas, unos padres que le den el necesario amor, nunca más).

Laura era hija de una muy acomodada familia gaditana. Sus padres le querían dar todo cuanto quisiera, pero ella les dijo:

“Solamente preciso de vuestro cariño y un paraguas”

Los progenitores contestaron:

-“Nuestro cariño lo tienes; el paraguas escógelo en cualquier comercio pero sabes que no lo precisas, cualquiera de nuestras sirvientas te tapará con uno.”

La pequeña respondió:

– “El que mejor sabe taparse es uno mismo”.

Al poco de aquella conversación le entregaba un criado un bellísimo paraguas. Desde aquel día siempre lo llevaba usándolo como sombrilla o para protegerse de la lluvia.

Un día que paseaba por las calles del barrio de La Viña encontró en una acera a un negrito de su edad que pedía limosna. Le preguntó si tenía familia y él dijo que no, que había llegado en una patera a La Caleta. La niña le ofreció su hogar. Marcharon ambos bajo el paraguas de Laura. Ali, como dijo llamarse el niño de color, iba muy contento. Cuando llegaron el padre se negó a acogerlo. La chica les puso en el siguiente dilema:

– “Si no lo queréis acoger, vuestra hija se marcha de casa a vagabundear por Cádiz. El paraguas nos dará la protección que unos padres niegan.”

El progenitor cerró las puertas, la madre se enclaustró a llorar en la más triste soledad. Ambos niños, cogidos de la mano y bajo el paraguas, marcharon por las callejas de la Tacita de Plata. Por las noches se iban a dormir a algún portal o, si el tiempo era bueno, lo hacían bajo un árbol en el parque Genovés escuchando el trino de los pájaros o el murmullo de algún surtidor. La madre de la muchacha murió de pena ante la actitud tan poco paternal de su marido. Todos los que los veían por la Plaza de las Flores, o cualquier punto les daban algo de comida para subsistir y a cambio ellos le hacían recados y encargos. Los dos crecieron unidos en un amor que de fraternal llegó a ser de pareja. Un día la ciudad sufrió una terrible plaga de la que murieron muchas personas, una de las víctimas fue el déspota señor y la niña, ya moza, pasó de ser la mendiga gaditana a convertirse en señora de toda aquella mansión; pero ella la vendió casó con su amor y compró un apartamento con vistas al mar ; juntos de brazo salían pasear bajo aquel paraguas que nunca olvidaron pues fue su verdadera protección. Murieron sin descendencia y el Ayuntamiento en su honor hizo una fontana en la que estaban representados dos niños bajo un paraguas, el del cariño de unos pequeños que se convirtió en amor verdadero.

Todo desamparado que bebe esa agua verá como a sus manos le llega el paraguas de la estabilidad siempre y, a condición, de que sea compartido con una pareja.

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