Monte de la Torre

El Sil, viejo verde

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Muchos poetas, entre ellos creo que el mismo Lorca, cantaron y contaron en sus versos el verdor de las aguas del Sil en muchos de los tramos de su tortuoso curso. Este cuento que aquí escribimos da explicación a ese hecho, pues después de su lectura comprenderéis el motivo de llamarle viejo verde.

En la entrada oriental del valle quirogués se yerguen, desafiando al tiempo, las ruinas de un ancestral castillo, del que quedan, como vestigios de su existencia, la desmochada torre, algunos rotos lienzos de sus murallas y, por supuesto, muchísima historia. Todas las fortalezas gozan, por méritos propios de ese vestido popular denominado leyenda y esta, no podía ser excepción.

Cuentan que, cuando estas insignes piedras vivían en su edad de oro, estaba el castillo en posesión de un señor, no sabemos si comendador u otro barón, acompañado de su esposa y una hija muy bella y, por supuesto, de todos sus sirvientes. Seguro que en su bordada capa lleva cruz y envainada en su cinto una afilada espada para, según él, defender a la que es símbolo de cristiano pero, aunque no lo decía bien sabía que era para proteger sus posesiones . Lo cierto es que su hija, una joven tan bella que, cuando a las almenas se asomaba, brillaba más que el sol con los rayos de su esplendente hermosura. El Sil estaba enamorado de ella y, bajo los pies del castillo, se remansaba para cantarle bellos sentimentales romances intentando cautivarla. Pertinaz y contumaz es quien tiene lengua de agua y quien presumía de ser un osado conquistador. No se conformaba con encandilar a montañas y a las lavanderas y aureanas a las que, quería comprar, para calmar sus apetitos carnales , ofreciéndoles unas pepitas de oro de las muchas que ese anciano río guardaba. Pero, aunque quiso obrar así con la joven noble, como esa gozaba de ingente riqueza no le hacía caso y además, lo más importante, ella tenía un sentido de la castidad que el río no conocía y es que la muchacha solamente yacería con quien de por vida fuera su amor . La joven, apartándose con la delicadeza propia de dama tal alcurnia su melena rubia con sus preciosas manos, le gritaba:

Viejo verde, sigue tu camino

Ella miraba hacia el horizonte, aquí en esta lugar no es de línea recta sino quebrada cual dientes de sierra, esa forma parece demostrar que el futuro es incierto y amenazante., buscaba que por allí apareciera su apuesto joven , aquel que vivía al otro lado , en la otra ribera y que un día vio galopando y ambos quedaron prendados y cautivados de amor. El Sil, ese viejo picarón, que estaba loco por conseguir enamorar a la muchacha o más bien gozar con ella, pensó que debía cambiar su táctica y entonces, cual pícaro zorro, le propuso a la moza:

“Oye, guapa yo puedo ser puente para ayudarte a que te veas con el chico que te gusta pero, a cambio quiero que me concedas besar tus labios y que tú me abraces.”

La chica, sin pensarlo dos veces, le respondió:

– “Si en verdad me facilita pasar junto a mi chico yo le doy un abrazo y un beso de agradecimiento, como a un padre bueno.”

Al sátiro Sil reía al compararlo con un progenitor bondadoso y pensaba que, cuando en sus brazos estuviera, la retendría para siempre por eso le contestó:

“Mira, un día de estos, cuando marche el sol, al salir la Luna, ven a mi lado, a esta ribera”

La doncella, por lograr verse con el joven, hacía cualquier cosa. En tanto el Sil fue a encontrarse con el chico y le habló con un cachón de carcajada:

“Ja, ja, ¡ja! Esa muchachita que te gusta va a venir una noche a acostarse conmigo. Si quieres comprobar que es verdad acude cuando te diga y, oculto entre la maleza de la ribera, verás con tus ojos como la poseo”

Rabia e indignación sintió el enamorado al pensar que le iba a ser infiel y, nada menos, que con el más viejo del lugar.

Llegó la fecha prevista y aquella noche, burlando a los centinelas, de sus aposentos escapó con la complicidad de la vieja nodriza. Fue al río corriendo precipitadamente, ansiosa por ir junto a su amor , aunque para ello tuviera que dejar que el Sil la besara y acariciara. En la otra orilla, en un nemoroso bosquecillo de árboles de ribera, estaba el joven quien no daba crédito a lo que veía. Gritar quiso su nombre para detenerla, pero, se ahogaba en su tremendo desengañó. No queriendo sufrir más, ni que llegara junto al Sil aguardó. Escapó enloquecido de celos a caballo y se fue a alistarse para marchar como voluntario en la próxima cruzada a luchar contra la media luna. Nada le importaba ya, la mujer que adoraba se había convertido en amante del Sil. Gritaba:

“Para que vivir si no tengo la mujer por la que palpita mi corazón. ¡Morir quiero antes de sufrir tal desamor”!

Cuando la chica llegó al río esté, primero dulcemente besó sus pies y luego la asió con sus líquidos brazos y la sumergió:
La mujer gritaba:

_ “Por favor, me dijo que me llevaría al otro lado donde vería a mi prometido”

El Sil riendo malvadamente le decía:

– “Te quedarás siempre conmigo, yo soy tu amor”
La condujo a una galería que hay en un pozo muy hondo de su cauce de donde nunca más pudo salir la que, llora y llora por haber sido hecha cautiva del tirano peor. Por las noches de Luna se oyen los gemidos y los que los escuchan sienten miedo tal que despavoridos escapan de estas riberas o al mismo lecho se arrojan muriendo en el mismo ahogados.
El padre, viendo que su hija desapreció, guerra sin cuartel declaró al progenitor del joven de señorío de la otra ribera, creyendo que se había ido su hija con aquel. Un día, en singular duelo con el otro noble rival, falleció y gran pesar hubo en Torrenovaes donde las banderas ondearon a media asta y con crespones negros. La madre, no superando tan inmenso dolor, la pérdida de la única hija y la de su marido, desde la torre se arrojó. Y el joven, según contó un viajero que desde Castilla llegó, ensartado fue por la lanza de un bravo caballero islamita y, en tierras lejanas su cuerpo cristiana sepultura recibió.

¿Pero qué fue en tanto de la joven? Dio a luz un par de mellizos de la copula que sostuvo con el Sil. Estos no eran ni animal ni persona, tenían gran parecido a los peces y, su padre al verles tan horribles les llamo xacios y los invitó a nadar hasta el Miño y allí a esos pobres abandonó. El otro río, compadecido, los adoptó y, cual si fueran sus descendientes de su reino de agua herederos lo nombró por es en esa fluvial corriente, desde entonces los buenos xacios son señores. El Sil cuando sin sus hijos volvió dijo a la ya envejecida chica:

“Se marcharon de mi lado y los perdí”.

Callando, el muy malvado, que los había a su suerte dejado. La mujer muerta quedó en el acto, pero, según antes dijimos su lamento en las noches resuena en el valle y, antes de pronunciar su último suspiro al Sil le lanzó esta maldición:

“¡Que cadenas de cemento te prendan y que tus aguas descubran que, en verdad eres un viejo verde!”

En verdad que algo “meiga” debía ser ya que, execrado por ella, siglos después, acusado de no sabemos qué, a cadena perpetua se le condenó y allí, donde desapareció esa doncella y en otros puntos de su curso, como vieron Lorca , Guerra Dacal y muchos otros observadores, como quien esta leyenda relata, el rió , en su capa superficial, no puede ocultar lo verde que es, pues sus aguas adoptan esa tonalidad cuando incoloras debían ser.

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