Erik “el Sanguinario”

Monte de la Torre

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(A todos los que amamos el Monte de la Torre, de Los Barrios grandioso y bello blasón.)

Discurría mediados del siglo IX de nuestra era cuando en sus terroríficas incursiones los normandos, comandados por Hasting y Björn, llegaron a la bella Bahía y esos machus, como eran llamados por los islamitas, comenzaron a asediar Al Yazira. Durante tres días saquearon a sangre y fuego la ciudad, destruyendo mezquitas y todo grandioso o pequeño edificio. Aquellos salvajes no dejaron piedra sobre piedra. Sembraron el pánico entre los moradores de la Isla Verde y muchos de ellos, despavoridos, intentaban escapar viendo que los vikingos instalaban sus banderas de muerte en el centro de la población. Reforzados por tropas que en su auxilio les llegaron desde la Cora de Ronda y Asidona y. por la valentía que siempre los naturales de ese pueblo demostraron ante cualquier invasión, los yaziries, por fin, con denuedo consiguen rechazarlos y, para mayor triunfo, dos de aquellos drakkars fueron abordados. La flota normanda ya solamente constituida por sesenta embarcaciones levanta anclas, pero…sorpresa, no todos los barcos se marcharon.

Un prestigioso capitán perteneciente al grupo de las naves de Björn, aprovechando que aquel día una fuerte levantera era el viento dominante y de nubes densas, muy brumosas, cubría la zona, el vikingo mandó a la otra carraca, la que con su nao formaba pareja para el saqueo, comandada por un hijo suyo, que le siguiera ya que él, según sus planos, dio con un fiordo en el mismo saco de La Bahía y por él podrían penetrar tierra adentro y no arriesgarse a marchar a alta mar; ya que, dada la climatología, hasta entre ellos, al no gozar de perfecta visibilidad, podrían sus barcos con sus terribles proas embestirse y marchar a las profundidades del piélago .

Así hicieron y los dos bajeles, viendo como el resto de la flota huía, pusieron rumbo hacia el bello estuario del río Palmones. Corriente arriba subieron hasta que llegaron a un punto donde ya no era posible navegar, estaban ante un embarcadero hermoso donde se hallaban fondeados dos barcos de velas magrebíes, eran propiedad del señor árabe que vivía en una alquería asentada en el inmediato altozano. Desembarcaron sedientos de venganza por haber tenido que abandonar Al Yazira y Erik así gritaba:

– “¡Por Odín, adelante, mis valientes y bravos guerreros! ¡Pasemos a cuchillo a todos estos árabes malditos! Seremos los amos de esta bonita tierra que tiene puerto alejado del mar. ¡Os recompensaré con parte del botín y el que caiga en combate las valkirias hermosas lo recogerán en su seno!”

El caudillo árabe, por su parte, arengaba a sus huestes con las siguientes palabras:

– “Por Alá. Acabemos con los infieles y, con las hachas que empuñan para abrir en pedazos nuestras puertas, rompamos sus cráneos; ¡con sus ulfberht, esas espadas, los abatiremos y nuestras flechas, arqueros certeros, incendiad sus pechos llenos de fuego de maldad! Hundamos a sus drakkars, que sean pecio en los fondos de este Palmones. ¡Si caemos, las huríes nos esperan!”

La batalla fue dura, duró noches y días, dado que excelente tropa tenía aquel señor que ejercía el control en esa vía que comunicaba Al-Yazira con las tierras de Asidona, la que actualmente está bajo la llamada Carretera Vieja. Era tanto el ímpetu y el número de las huestes de aquellos desalmados vikingos que, nada pudieron los sitiadores. Unos, a uña de caballo huyeron por la conocida Cañada de los Tomates, a refugiarse en Isla Verde y, los que no gozaron de esa suerte, la gran mayoría, fueron decapitados o murieron incinerados entre los escombros en los que quedó convertida la bella Almoguera, esa era el nombre de la citada alquería. Gritos de mujeres pertenecientes al harén de aquel rico árabe, íntimo amigo del cadí de Al Yazira. Voceríos de niños inocentes que lloraban viendo morir a sus padres y hermanos resonabon en aquellas vegas y, según cuentan las legendarias crónicas, por la pendiente de la colina discurrían tan grandes arroyos de sangre que, hasta las aguas del río Palmones todas eran de color bermejo teñidas de rojo. El moro pretendió refugiarse en su estancia de puerta chapada de hierro pero, hasta allí lo siguió el mismo Erik en persona quien de hachazos abatió el cierre y, una vez dentro, con él se batió. Era tan fiero y diestro que con su seax, ese cuchillo de hoja curvada, que tantas vidas segó, a la del árabe de golpe certero se la arrebató. Al instante, al ser sabedores de que su jefe ha caído en la batalla, los que aún quedaban afanosamente luchando entre las llamas deponen las armas. En estruendoso clamor la tropa normanda prorrumpe en vítores gritando:

¡” Viva nuestro caudillo! ¡Viva, Erik el Sanguinario!” “¡Viva, el comandante guerrero de nuestro pueblo“!

Las llamas del terrible fuego del asedio van mermando y, sobre el mástil de la alegría que proporciona el verse victoriosos se levantan las banderas vikingas y, hasta como si vencido se sintiera, cesó el levante y amaneció un día deseado y soleado aunque en el aire aún había bastante humo y, las cenizas parecían querer cubrir los cuerpos de los muchos caídos. Celebraron la victoria bebiendo cántaras de hidromiel y violando a las cautivas mientras Erik y su hijo se repartían los tesoros que encontraron y buscaban sitio seguro donde almacenarlos, pues las bodegas de sus barcos ya estaban llenas de lo mucho que traían de requisar en Sevilla. Sin miedo a contraataque por parte del cadí algecireño, quien ya tenía bastante con solucionar su situación, recuperarse de la terrible destrucción infringida, comenzaron prestos los normandos la reconstrucción , levantando una hermosa edificación desde la que se veía toda la depresión hasta la desembocadura del río Palmones.

Orgulloso estaba Erik El Sanguinario de poseer aquel vasto territorio que llamó Entre Ríos porque, por una parte, confinaba con el río Cachones y por la otra, el Palmones. El cruel normando se dedicaba a cazar jabalíes y corzos por las sierras cercanas y a hostigar a los algecireños llegando hasta las murallas de la misma medina. Pánico sentían los yazeries porque tenían al peor enemigo por vecino y hacia el interior sus cruentas razias sobrepasaban las riberas del Guadalete. Así trascurría el dominio de ese vikingo en esa zona y, a pesar de que algunos crean que ciertos testimonios son de recientes históricas épocas, proceden ya de aquel legendario siglo, tal es el caso de esa formación eucaliptal que ahí podemos contemplar y, aunque la talen, una y otra vez se renueva. En este relato sobre Erik el normando nos vamos a centrar en el origen de esos árboles, del monte y la torre.

Cuando El Sanguinario traía prisioneros no los encarcelaba en mazmorras. Como su mente era tan maquiavélica usaba otro método para mayor sufrimiento de los cautivos y, lo que hacía era condenarlos a que murieran empalados. Desde donde tenía el embarcadero, al que llamaba Puente Grande, por toda aquella vieja calzada que en su día hicieron los pobladores de Portus Albus, jalonando a esa, ponían los empalados para que fueran despedazados por las garras y picos de buitres y otras carroñeras, con esta actuación sus tierras, las que él llamaba Entre Ríos, estaban todas pobladas de feroces alimañas y el cielo sobrevolado por los peores rapaces. Erik, cuando estaba ocioso, practicaba con su arco a hacer diana en los pechos de los que clavados estaban o en los de las fieras que cual terribles helmintos a devorarlos venían.

Escalofriante y terrorífico resultaba el acceso hasta su mansión pues por la margen izquierda, siguiendo dirección a la misma, toda estaba jalonada de cadáveres empalados, espectáculo dantesco. Los ponía en esa zona para que los que miraran desde la Bahía se horrorizaran y llenos de pánico desistieran así de atacarle. Puede que su objetivo lograra porque sus enemigos miedo le tenían. A los esclavos que dejaba con vida encadenados trabajarían noche y día para levantar un monte de tierra con sus propias manos y allí, esos infelices, extenuados morían, atormentados por el látigo de los fieros centinelas que les fustigaba y por el trabajo excesivo, Tenía la intención de, al igual que los faraones levantaron las pirámides, hacer allí una colina que tuviera forma de barco, carente de vela cuadrada porque si la tuviera, como aquí los vientos son fuertes, hasta ese montículo a la mar llevaría . Su intención era la de descansar sobre su cubierta cuando la muerte le sorprendiera en batalla, ya que no quería fallecer enfermo o viejo, pedía a Odín que fuera siempre en combate contra sus enemigos, y luego sus cenizas quedaran esparcidas sobre lo que parecía cubierta de singular drakkar. Tan grandioso como espeluznante sitio este nigromante eligió para que fuera mañana su espectacular tumba.

Cuando los infelices presos levantaron el montículo a la altura que creyó idónea, sin remordimiento por los muchos cautivos que allí entre esa tierra yacían, mandó hacer una galería en sentido vertical en la misma cima de la elevación, la que tiene forma de nao, para que en ella fueran introducidas sus armas de guerra cuando falleciera y luego, una vez tapado ese pozo, sobre una gran losa hicieran una pira y sus despojos incineraran y, a continuación, con parte de su ingente aurífera riqueza, aquellos muchos bloques de oro que tenía almacenados, fueran labrados cual sillares y, recubiertos de una capa que simulara piedra , los mejores alarifes levantaran una esbelta torre que tuviera su puerta y ventana siempre abierta para que su espíritu, desde ellas o desde la almenas, pudiera gozar por las noches mirando toda la Bahía mientras libaba ese licor que tanto le gustaba y que él mismo extraía de los frutos del arrayán y que superaba en sabor al mismo hidromiel.

Mucho antes de que las Algeciras fueran cristianas este caudillo vikingo murió combatiendo en las lomas de Alcalá de Los Gazules. Gran llanto y duelo hubo en Entre Ríos. Su único hijo con el consiguiente dolor en luctuosa comitiva trajo a Erik a sus dominios y, tal como dispuso quien fue el terror en esta zona, fue envuelto en las mejores túnicas, aromatizado su cuerpo con colonias y perfúmenes y, engalanado con las mejores joyas fueron conducidos sus restos a aquella planicie en la amesetada cima de la loma, siguiéndoles todo un fúnebre cortejo. Una noche de brillante luna se encendió la pira con leña de alcornoque y allí lo velaron hasta que, todos sus restos calcinados fueron cenizas. Con la rapidez que requería el momento desde la alquería salieron grandes carros tirados por bueyes cargados de sillares de oro que, por la calzada que bordeaba el montecito lo transportaron a esa cumbre y allí, esclavos árabes. cualificados maestros en el arte de la construcción, levantaron esa torre que aún hoy podemos ver, baluarte que tiene características de arte islámico porque tal origen era el de los hombres que la edificaron.
Años ejerció su heredero, el de nombre Agnar, el dominio allí, pero, cuando se vio acosado por tropas cristianas no tuvo más remedio que huir. Prendió fuego a Almoguera, era tan hermosa esa alquería que no podía consentir que el enemigo la disfrutara y lágrimas derramaba al tener que incendiar lo que su padre de las cenizas levantó .Mandó levar anclas en sus dos naos pero, cargó tanto las embarcaciones con sus riquezas que, una de ellas, a pocos metros del embarcadero al fondo del río marchó con tripulantes y fortuna. La otra, la que él comandaba, navegó a golpe de remo y a toda vela marchó hacia la mar. En tanto comenzaba singladura, con tristeza en los ojos, seguía contemplando como grandes llamas consumían Almoguera, y arriba sobre el monte se alzaba la eterna residencia de su padre Erik. Era su ocaso, el sol que su padre en el cenit mantuvo, él no pudo evitar que se desplomara para siempre.

Decía a sus capitanes:

– “Mi padre murió en el interior y aquí anclado queda su barco de tierra, pero yo quiero morir en la mar”.

Sí, así sería porque, nada más llegar a la Bahía, en la misma desembocadura del Palmones fue su drakkar atacado salvajemente por barcos árabes que lo cercaron y, antes de rendirse, prefirió prender fuego al bajel y, luchando, como una fiera acosada, con los suyos a muerte se defiende. La nave, convertida en bola de fuego, se hunde y él, el que tenía por nombre Ragnar, agarrado a un trozo de mástil y amparado en las sombras de una negra noche, en la que solamente iluminaba la Bahía las llamaradas que se alzaban del buque, envuelto en fuego y moribundo, las olas compadecidas le arrastran a la playa. Malherido, bañado en sangre, consiguió alcanzar la arena y, a escasos metros moriría, pero, antes de fenecer, mirando para la torre donde descansaba su padre y, con las escasa fuerzas que le quedaban clavó en el arenal el palo que de morir ahogado le salvó, exclamó:

-“Tu torre es de oro, pero yo, que estuve envuelto en algodones de riquezas, fruto de nuestras rapiñerías, ahora fino totalmente desnudo; por eso pido a todos nuestros dioses que me deje convertido en cenizas aquí mismo .”

En aquellos instantes, cuando ya las tripulaciones de las embarcaciones enemigas marchaban pletóricas porque el drakkar se hundió.

Repentinamente se desencadenó una terrible tormenta y, uno de los muchos rayos cayó sobre el náufrago incinerándolo al instante sin necesidad de pira de leña pero el madero, siendo leñoso, quedó intacto y una voz potente y fuerte decía:

-“Ragnar, aquí descansarás y este palo, el que a ti te salvó, se convierte en torre de piedra ; pues la de oro es la de tu progenitor pero si las propiedades de tu padre se llamaban Entre Ríos, tu fúnebre torreón recibirá también ese nombre, es la herencia que te queda y su construcción es de mampuestos pobres y expuestos a deterioro y erosión pero, nunca caerá ya que, pasados siglos, vendrá quien sobre tus cenizas encienda hogueras de vida “

Cuando cesó la tormenta nunca más se supo de Ragnar ni de Erik, pero aquel trozo de mástil se tornó en una sólida torrecilla y, si aquel madero se hizo pétreo aquellos otros, los que jalonaban aquella vieja cañada, en los que empalaban a cautivos, se convirtieron, sin ser época de floración en unas verdes y frondosas copas que en nada recordaban sus macabros orígenes en las que tantos y tantos hombres murieron. Junto a la que era de sillares de oro solamente iban expoliadores buscando en sus alrededores algún antiguo tesoro, pero nunca, ni ellos ni nadie , sabrán, aunque en uno de las piedras grabado está, que son piezas de oro grandioso que al final de los tiempos se fundirá y recubrirá las laderas de ese monte que parece barco, en tanto en la de Ragnar, la hecha de piedras mal labradas y por la abrasión deterioradas , se fueron agrupando casas de pescadores surgiendo una pujante aldea que con su espectacular blancura recuerda a aquel Portus Albus.

Ambos legendarios vikingos nunca volvieron a sus países de origen para siempre quedaron en este singular fiordo que es la depresión del Palmones y puede que sus espíritus por las noches se encuentren y Erik esto le dice:

-“ Mi espíritu , hijo, no descansa porque hice derramar mucha sangre inocente , en tanto tú duermes en esas tranquilas arenas, las mejores sábanas para los seres que no son ambiciosos ni crueles.”

Atormentado está quien muerto lo recubre el oro y le persiguen los fantasmas de los centenares de miles de víctimas que ahora le rodean en el último de los cercos y, en el que la batalla siempre tiene perdida pues, en vida sembró rencor, odio y exterminio.

Si algún día, o mejor en noche de plenilunio, oímos un desgarrador grito hemos de saber que es la voz vikinga , la de Erik el Sanguinario, que desde, lo alto de la torre de oro, lo arrojan el gran vértigo que produce el arrepentimiento de tanta maldad .

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